sábado, 10 de diciembre de 2011

Reflexiones sobre el lenguaje: El episodio de la merienda del Sombrerero



Charles Lutdwidge Dodgson (Lewis Carroll) muestra su ingenio e inteligencia a lo largo de toda su obra, todas ellas aportan no algo sino mucho digno de conocerse, y también aportan una enorme variedad de perspectivas y de senderos posibles a la hora de seguir su obra. Dodgson lo hace en cada una de sus obras, no solo en Alicia, en “Lo que la tortuga dijo a Úlises”, en “Fantasmagoría”, en cualquiera de sus textos, esa habilidad hace que el nombre de Lewis Carroll (el pseudónimo literario de Charles Lutdwidge Dogson) sea sinónimo de calidad. ¿Por su nombre? No, por su labor, aquí labor y nombre se funden de manera que una y otra cosa significan calidad. 

Una merienda

El episodio de la merienda de Alicia, la Liebre Marcera, el Lirón y el Sombrero, en "Alicia en el País de las Maravillas", de Lewis Carroll, contiene, entre otras muchas cosas, un desarrollo de la lógica que sirve para ejemplificar el conceptualismo y el nominalismo.

En puridad, Charles Lutwidge Dodgson, no se inclina aquí por una cosa o por otra, sino que muestra ambas posibilidades como opciones, eso sí, ante una Alicia aturdida a la par que imperturbable... en su aturdimiento. De hecho, la heroína, se sobrepondrá a su inicial confusión como suele hacer tanto en “Alicia en el País de las Maravilla”s como en “A través del espejo”: con pragmatismo.

El fragmento concreto de la merienda al que nos referimos es el que sigue:

"Al oír esto, el Sombrerero abrió unos ojos como naranjas, pero lo único que dijo fue:
-¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
«¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!», pensó Alicia. «Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas.» Y añadió en voz alta:
-Creo que sé la solución.
-¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? -preguntó la Liebre de Marzo.
-Exactamente -contestó Alicia.
-Entonces debes decir lo que piensas -siguió la Liebre de Marzo.
-Ya lo hago -se apresuró a replicar Alicia-. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo, ¿no?
-¿Lo mismo? ¡De ninguna manera! -dijo el Sombrerero-. ¡En tal caso, sería lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»!
-¡Y sería lo mismo decir --añadió la Liebre de Marzo- «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»!
-¡Y sería lo mismo decir -añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños- «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»!"

(Lewis Carroll, "Alicia en el País de las Maravillas")

Ahí se dan unas cuantas reflexiones, y diferentes direcciones y formas de utilización de la lógica, veámoslas.

Ante la irreflexiva expresión de Alicia -”Creo que sé la solución”-, la Liebre Marcera contesta taxativamente “entonces debe decir lo que piensas” y cuando Alicia utiliza espontáneamente dos expresiones como sinónimo – “Ya lo hago  [decir lo que piensa] -se apresuró a replicar Alicia-. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo-“, el Sombrerero responde de forma tajante “¿Lo mismo? ¡De ninguna manera!”, porque aparentemente no es lo mismo decir lo que se piensa que pensar lo que se dice, y, a partir de esa intervención, se provoca toda una serie de exploraciones semánticas.


Una exploración  

No es lo mismo decir “todos los argentinos son americanos” que “todos los americanos son argentinos” Pero  ¿es lo mismo decir digo lo que pienso? que ¿pienso lo que digo?  ¿es lo mismo decir “veo lo que piso” que “piso lo que veo”? ¿es lo mismo decir “me gusta lo que bebo” que “bebo lo que me gusta”? Los verbos de lógica epistémica “decir y pensar”, son los que facilitan esa exploración, porque plantean problemas semánticos.

Carroll da dos opciones, en este punto concreto, la Liebre Marcera parece, al principio, implicarse y comprometerse con una de esas opciones al conminar a Alicia diciendo “debes decir lo que piensas”, la Liebre da la impresión de sumarse al conceptualismo (teoría de los universales), según el cual el contenido del pensamiento prima sobre lo que se ha dicho –sobre lo plasmado, sea verbalizado o escrito-.

Mientras que el Sombrero indica que las palabras dictan el significado, en una postura claramente nominalista. Ante lo cual tanto la Liebre Marcera como el Lirón se añaden a esa postura. Por eso, al principio, la Liebre Marcera lo único que hace es… tender una celada –consciente o inconscientemente a la hora de hacerlo- pues su postura solo era apariencia, era “pose pura”. 


Argumentos y retórica

Traslademos eso a otra cuestión, una frase como “El caso es que un argumento de autoridad es siempre falaz”. Aquí se alude a un conceptualismo argumentativo, en este caso “todo argumento de autoridad es siempre falaz”, deja de lado cualquier matiz.

Deja de lado que el argumento de autoridad es falaz solo… cuando se incurre con él en una falacia, no lo es por el simple hecho de que existen unas falacias llamadas “argumentum ad verecundiam”, “magister dixit” o “recurso de autoridad reverenda”.

 ¿Por qué son falaces esas fórmulas? Pues porqué o bien la autoridad referida no es autoridad en la materia, o bien se pone en boca de la autoridad referida algo que no ha dicho, o bien se cita una autoridad real en la materia pero… no se indica ni porqué se le cita ni, tampoco, se indica dónde puede encontrarse lo que sustenta la cita –ni se da una fuente concreta, ni se da un lugar concreto al que poder acudir para comprobar si la cita es valida-.

Cuando se cita a una autoridad en una materia, que es autoridad en esa materia –por su obra reconocida- y, además, se cita pertinentemente el porqué es autoridad en la materia y la obra que le da esa autoridad… no hay falacia de “autoridad”-en ninguna de sus variantes-.

Solo cabría pensar eso desde un conceptualismo extremo, que es una posibilidad, sin embargo, tal posibilidad se puede invalidar fácilmente mediante reducción al absurdo: si todo argumento de autoridad es falaz sería falaz también citar el principio de Arquímedes porque implica citar a Arquímedes, del mismo modo seria falaz citar a Arquímedes y remitirse a su principio porque vuelve a citarse Arquímedes, de tal manera que jamás podría citarse obra alguna de autor conocido porque, dentro de ese conceptualismo argumentativo extremo –de esos universales extremos- toda cosa que implicase una mención de autor sería una falacia de autoridad, lo cual es, evidentemente absurdo. Sin embargo hacía ese lugar puede lleva, curiosamente, la lógica tradicional de argumento cerrado.

Conste que no hay porque ser ni conceptualista ni nominalista de una manera totalmente excluyente. Igual que se pueden sostener esas posturas, también cabe sostener otras muchas.

Por ejemplo sostengamos que no hay universales “externos” a lo producido por la mente humana ni… “flotando en la mente humana” –no existen hasta que lo humano les da “forma mínima”, digamos que la “forma mínima” es la de haber sido pensado- , pero que sí hay universales a partir de la mente humana –por ejemplo, los arquetipos junguianos y el inconsciente colectivo, esos ya tienen forma, ya han sido observados, pensados y formados en cuanto idea-.

Tampoco seria caer en un nominalismo extremo  –aunque tal vez algo se acerque al nominalismo-, sostener que “caballo” y “caballos” existen porque… responden a una categoría creada y nombrada. Para llegar a eso no hay necesidad de mantener que cada “caballo” es una categoría individual y específica.

Digamos que mucho más modestamente y con menos ingenio que Lewis Carroll se presentan aquí una variedad de opciones... todas lógicas -o eso se espera-.

Jorge Romero Gil



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