viernes, 9 de diciembre de 2011

Lenguaje y retórica

Si reflexionamos sobre el lenguaje y la retórica podemos observar diversas cosas. La primera más que una observación sobre lo es “de”, porque la retórica tiene muy mala prensa a un nivel general, podríamos decir que precisa una campaña de “marketing” -bueno, un poco de eso habrá aquí, pero se intentará que no sea a base de mostrar “poses” sino posturas-.

Funcionalidad de la retórica

¿Quién no ha oído o dicho alguna vez “esto es retórico”? Y, ciertamente, hay muchas cosas retóricas, pero no todas, ni mucho menos, tienen el sentido despectivo que suele indicar la mención coloquial “esto es retórico”.

Sin ir más lejos pensemos en la expresión de los sentimientos, en la expresión verbal o escrita de los mismos -que, obviamente, pueden expresarse de otras muchas y variadas maneras, aunque, me atrevería a decir que todas ellas, de una u otra forma, son lenguaje-. Sin la metáfora seria difícil expresarlos, de hecho, sin recurrir a los tropos es difícil o imposible expresar verbalmente o por escrito cualquier concepto abstracto -eso mismo indicó Platón en su día, y sin esos recursos retóricos no hubiese podido expresar las ideas que hay tras la metáfora de la caverna o la del Sol-.

Así que podemos encontrar una retórica que no solo no es pose sino que, sin ella, seria casi imposible presentar ciertas posturas, exponer ciertas ideas.


 El estilo y la interpretación

Junto a los ejemplos anteriores está la retórica estilística. A primera vista ésta podría caer más en la pose, en la mera forma, eso en apariencia, parece algo desligado del fondo de las caso, pero eso lo parece...en apariencia. No tiene porqué ser así -aunque en ocasiones lo sea-, primero porque sin la forma difícilmente puede contenerse un fondo y, segundo, porque la forma y el fondo interaccionan -prácticamente siempre-, interacciones que en determinados contextos van más allá, llegando a alcanzar una fusión entre forma y fondo.


No es baladí lo anterior, porque cuando nos acercamos a un texto éste puede presentar -dependiendo de su naturaleza-  mejores o peores formas de aproximación, por ello es conveniente saber primero de que tipo de texto se trata y, segundo, cual es la menor manera de abordarlo.

A modo de ejemplo de lo ahora dicho escojamos el Tanaj -para los cristianos el Antiguo Testamento, no son los mismos escritos pero son similares-, un acercamiento literal -y exceptuando una fe a prueba de fuego, respetabilísima para quién la tenga- es facilmente descartable, sencillamente por reducción al absurdo.

Después se podría intentar -y muchas veces se hace- la vía interpretativa y, dentro de ésta, la hermenéutica, en este caso ya empezamos a encontrar mayor acierto respecto al texto en cuestión, no obstante, si se profundiza comienzan a aparecer problemas, por ejemplo, una interpretación deconstructiva del texto anula la hermenéutica -que se basa en la interpretación de un texto en un contexto pero, también, en la idea de que el significado o la ontología original es la única ontología valida-, la deconstrucción arruina las expectativas de la hermenéutica, no por la vía del contexto sino por la vía del texto -que entiende como formulación absolutamente artificial-, la deconstrucción no niega una ontología original, niega una ontología única, dicho de otra manera: acepta que habiendo un significado original cada lectura, cada interpretación, es tan valida como la originaría, aún más, pone en duda que pueda haber una lectura que coincida con el significado original -es un poco el “todo fluye” aplicado a cada lectura-.

Pero, de hecho, la hermenéutica aplicada al Tanaj -incluso prescindiendo de una visión deconstructiva- se muestra claramente insuficiente ¿Por qué? Pues porqué en el Tanaj -y especialmente en la Torá o Pentatéuco- lo que se produce es una fusión de forma y contenido, así que es díficil -por no decir imposible- separar una cosa de otro ¿Eso implica que sea imposible acercarse al Tanaj? ¿a la contemplación de lo que comunica? No, no implica eso, implica otra cosa, implica que se debe utilizar la textualidad, término que ejemplifica que en la forma del texto esta su contenido, que la forma lo contiene todo, el acercamiento a unos textos como los que forman el Tanaj debe hacerse, prácticamente, palabra a palabra, hasta cierto punto se parece -sin ser lo mismo- a lo que Derrida denomina “dissémination” (difuminación), se parece porque la textualidad precisa el recurso a la etimología ante cada palabra y, después, procede a generar cadenas lógicas ensamblando palabras y etimologías, el primer nivel es la palabra, el segundo la frase, el tercero el párrafo y así sucesivamente. 


La gran diferencia con la deconstrucción es que la textualidad busca en última instancia el significado completo y original de aquello que estudia, y la deconstrucción puede buscar el significado supuestamente original o... cualquier otro, eso sí, ambos métodos coinciden en minimalismo a la hora de abordar un texto. Digamos que, en ese sentido, serían al lenguaje escrito lo que el impresionismo y el puntillismo a la pintura.

Pose y postura

Pero volviendo a lenguaje y retórica, aquello que más se acerca a la “pose pura” sería, probablemente, el estilo.

El estilo atiende, en principio, más a la forma que al fondo, pero lo hace así... en principio. En principio parece “pose pura”, pero lo hace así... en principio, en principio parece que no indique nada, pero lo hace así... en principio.

Todos esos “en principio” se deben a que bajo la apariencia -y sin excluir, ni mucho menos, que las apariencias puedan coincidir con lo que parecen ser- puede haber más.

Sobre el primer asunto podría considerarse que ya se ha tratado cuando se habló de la interacción -e incluso fusión- entre forma y fondo.

Sobre el segundo asunto, la “pose pura” bien puede ser la postura, dicho de otra manera: no habría más postura que la de la pose, el mero gusto de mostrar la forma de algo o de hacer algo -parte de las acaloradas críticas de Antonin Artaud a Charles Lutdwidge Dodgson (Lewis Carroll) se deben a ese “diletantismo” -en el sentido etimológico del término- carrolliano que juega con las palabras, la lógica y las formas pero es que esa es... la postura de Carroll y, en realidad, tiene profundidad, gran parte de la misma reside en la pose, que, en ese autor, es el juego formal-.

Sobre el tercer asunto, aquí cabe remitirse a lo recientemente dicho sobre la pose que es postura, pero, cabe añadir... la pose que tan solo es pose, en cualquier caso ambas “poses” indican algo: una que en la propia apariencia ya hay mensaje -que puede ser más o menos profundo-, la otra que lo único que hay es... mera pose, pura y simple afectación o apariencia, y aún así cabría preguntarse ¿una pose que solo es pose no comunica también algo? Por ejemplo, que la postura ante algo es... pose. A fin de cuentas el atrezo y el adorno tienen su función.


Retórica y semiótica

En la actualidad las aportaciones a la retórica más importantes vienen del campo de la semiótica, yendo más allá del reducido campo de las figuras retóricas sobre el que habían pivotado esos usos del lenguaje durante mucho tiempo. Cabe citar a figuras como Roland Barthes, Umberto Eco y otros investigadores del tema del lenguaje. Pero siguiendo con obras concretas que tratan también a la retórica, se pueden citar el "Diccionario de Retórica y Poética" de Helena Beristain -en dos tomos, se extiendo mucho, por ejemplo, en la idea de "figura retórica"- o el "Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje", de Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, resulta esclarecedor de la situación contemporánea de los usos retóricos el siguiente fragmento de la última obra citada:

"En nuestra época puede observarse un renovado interés por la retórica, centrado en la definición de las figuras. Pero este resurgimiento nace en la lingüística contemporánea, más que en la antigua retórica: hoy los problemas que constituyen el objeto de la retórica son replanteados en una perspectiva diferente por la estilística, el análisis del discurso y la lingüística"


("Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje", Tzvetan Todorov, página 93).

Además ¿qué sería de nosotros sin la retórica? Demos pues un ejemplo práctico, que es a la vez narrativo, retórico y, diría que metalingüístico, citemos a Robert Graves que, a su vez, pone en boca de Claudio que, a su vez, pone en boca de Octavio Augusto -en su “Yo Claudio”- el siguiente recurso:

“Me faltan las palabras para expresar la profundidad de mis sentimientos”


Según Graves, hace decir a Claudio que... hace decir Augusto, esa frase era utilizada por el emperador cuando... se quedaba en blanco.

Debo decir que esa frase es muy útil, dicho esto desde la “praxis” ocasional de la misma. 


Dicho  lo cual, resulta ser que el recurso retórico que presenta esa frase... no está en absoluto reñido con la realidad ¿Cuantas veces no se queda uno sin palabras a la hora de decir lo que siente?


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