miércoles, 14 de diciembre de 2011

Antecedentes de la Nika: el espacio circense, las facciones del hipódromo y el poder imperial.





La aparición en la escena socio-política de las facciones del hipódromo no es un fenómeno novedoso del reinado de Justiniano, por el contrario, dichas facciones ya jugaban un papel de primer orden en las controversias político-religiosas (pues la religión y la política aparecen intrínsecamente unidas en la antigüedad tardorromana) del Imperio cuando menos desde el reinado de Anastasio I (491-518), por ello, y para ver la relación de las facciones con el poder. es necesario acercarse a la evolución de las mismas, su presencia y significado en la vida cotidiana de Constantinopla y su actuación política antes del estallido de la Nika.

La importancia del hipódromo de Constantinopla

Una visión de la importancia del hipódromo -de parte de su papel- y de su entorno -es decir, el demos- aparece en el siguiente fragmento de F.G. Maier: “El cuarto centro vital de Constantinopla era su Hipódromo, con una capacidad para más de 40.000 espectadores. Las condiciones de vida de la clase inferior urbana eran vejatorias, y ni los asilos y hospitales religiosos, ni la donación oficial de pan lograron paliar tal situación. Las viviendas eran a menudo construcciones primitivas de ladrillo, las calles estrechas, oscuras y llenas de basura. No eran insólitos los incendios y las epidemias. Las luchas de animales, carreras de carros, juegos de acrobacia y comedias en el Hipódromo constituían para estos sectores de la población algo así como una necesidad vital, y, junto con las cuestiones religiosas, el Hipódromo se convirtió en un centro de enorme interés. Esta masa de carácter irritable, difícilmente controlable y cautelosamente tratada por los emperadores dado el peligroso papel que podía llegar a desempeñar en épocas de crisis, estaba organizada en dos partidos circenses: los Azules y los Verdes, idénticos a los demos urbanos (que también servían temporalmente como milicia ciudadana). Estas curiosas y primitivas reliquias de libertad ciudadana y anarquía griega en el seno de un estado absolutista no sólo aglutinaban a los apasionados partidarios de una determinada cuadra o de celebridades del deporte, sino que al mismo tiempo eran organizaciones de cierta influencia política y eclesiástica. Los Azules eran tradicionalmente ortodoxos; los Verdes, monofisitas. La actitud de protesta y la moda también corrían parejas en estos grupos” [1].

El espacio circense como espacio político

El texto anterior si bien indica la importancia del hipódromo y el marco social en el que se desarrollan las facciones -así como su influencia política y religiosa- cae en el “tópico circense”, es decir, en la contemplación equivoca -al menos en parte- del papel del hipódromo de Constantinopla o del circo romano.

Así se considera que se trata esencialmente de un “entretenimiento para el populacho” -con toda la carga despectiva que para un segmento social conlleva esa conceptualización- y que alrededor de esos juegos se organiza desorganizadamente ese “populacho” -algo así como si el circo fuese una forma de condensar físicamente al caos-.

De hecho, las consideraciones de Maier respecto a la relación hipódromo-demos parecen sacadas de las más peyorativas de la historiografía senatorial respecto a la relación circo-populus, es decir que el circo (o el hipódromo) no es más que un entretenimiento más o menos sangriento para la masa (casi estúpida por definición); en realidad ni el circo ni el hipódromo son eso, se trata por encima de todo de un espacio de expresión política de una determinada capa social: el pueblo; es, en definitiva, su espacio de actuación política (a diferencia del foro, muy institucionalizado y patrimonio de la clase senatorial y, en cualquier caso, de la ecuestre) y en ese espacio se ganaba o perdía incluso la popularidad imperial: “la popularidad de un Emperador dependía de un factor humano: la actitud que sabía adoptar entre la masa” [2].

La importancia política del espacio circense es algo que se puede entrever incluso en los textos de los mismos detractores de ese pueblo, así autores nada sospechosos de adulación popular como Suetonio o Tácito dan claras indicaciones de este papel de los juegos, Tácito muestra que actitud sigue Vitelio para granjearse el apoyo del populus romano: “procuró hacerse propicios los comentarios de la plebe vil, en el teatro como espectador y adhiriéndose a ella en el circo” [3]y Vitelio es un emperador populista (es decir, que de los dos estamentos tradicionales de la vida política romana -el senatus y el populus-, optan por buscar el apoyo del populus para su gobierno) cuya línea política es pro-neroniana.

Todavía más claramente en Suetonio aparece el papel político del circo, así lo muestra cuando describe como Tito lo utilizaba para deshacerse de enemigos políticos: “se mostró duro y violento; haciendo perecer sin vacilar a cuantos le eran sospechosos, apostando en el teatro... gentes que, como a nombre de todos, pedían en voz alta su castigo” [4], aquí se observa como se manipula el espacio político del pueblo (el circo o el teatro) para los fines del soberano.

Por otro lado y muy significativamente la totalidad de los emperadores que quisieron basar su política y su autoridad en el apoyo del pueblo aparecen, invariablemente, ligados al circo, al anfiteatro o al teatro (así lo hacen Nerón, Domiciano o Cómodo, entre otros) y también invariablemente son denostados por los historiadores de la clase senatorial.

O bien determinadas medidas en otros emperadores muestran el trasfondo político de los espacios circenses, en ese sentido es paradigmática la medida de Vespasiano al levantar el Anfiteatro Flavio (el Coliseo), Vespasiano había resultado ganador en la guerra civil del año 69 (tras el fin de los Julio-Claudios), y lo había hecho representando una línea política determinada (la “augustea”, es decir, reafirma el sistema del principado dinástico, como tal principado no como dominado, y busca la colaboración del senado en el gobierno -si bien no su coparticipación en el mismo- y el asentimiento del pueblo), una de las primeras medidas urbanísticas que adopta -de claro valor simbólico- es la construcción del Anfiteatro Flavio en parte de los terrenos que había ocupado la Domus Áurea de Nerón, con ello logra diversas cosas: por un lado realiza un gesto hacia el senado (Nerón había sido un emperador anti-senatorial y populista, su palacio -la Domus Áurea- quedaba como un símbolo de su política y como tal se entendía.

Vespasiano al derribarlo marca claras distancias con esa línea política y “demuestra” al senado su carácter anti-neroniano), por otro lado realiza un gesto hacia el pueblo (construyendo un anfiteatro, espacio popular por excelencia; con lo que además borra posibles susceptibilidades del populus hacia el gesto anti-neroniano) y, finalmente, aparece como un “segundo Augusto” (su modelo de gobierno), ya que dicho anfiteatro no es más que la recuperación de un viejo proyecto urbanístico de...Augusto.

La importancia de los juegos en el mundo romano queda reflejada en el siguiente texto de J.N. Robert: “Los juegos constituían un placer colectivo al que el pueblo tenía derecho; representaban un servicio público. Si el entusiasmo popular por los juegos fue tan grande, es porque constituían el único lujo (junto con las termas) de que disponían los pobres. La historia ha demostrado, por otra parte, que el olvido de unos juegos arrastraba más desórdenes sociales que una hambruna pasajera. La cólera del pueblo en estas ocasiones podía poner en peligro la autoridad imperial y favorecer un golpe de Estado. Paradójicamente, aun cuando las sumas asombrosas gastadas para estos juegos hubiesen podido remediar muchas miserias, los pobres preferían seguir siendo pobres y asistir colectivamente a juegos suntuosos. Tiberio, a quien apenas le gustaban los juegos y había reducido los gastos dedicados a los espectáculos, era poco amado por el pueblo, y una anécdota referida por Tácito nos dice que la gente se precipitaba a los anfiteatros cuando se ofrecían juegos. No vacilaban en hacer varios kilómetros a pie. Fue así como en Fidenes, ciudad sabina situada a cinco kilómetros de Roma, cuando hubo juegos de gladiadores, acudió una tal multitud <<ávida de espectáculos y falta de placeres bajo un príncipe como Tiberio>>, de los alrededores, que el anfiteatro, construido en madera, se deshizo y se hundió, causando numerosas víctimas. ¡Se contaron cincuenta mil entre muertos y heridos! Este pueblo pobre tenía derecho a su placer y sabía exigir calidad. de ordinario totalmente impotente ante el poder político, sabía expresar sin indulgencia sus críticas, no vacilando en abuchear al que le ofrecía los juegos, aunque fuese el emperador en persona, y obligándole incluso a abandonar el circo” [5]. Aquí, casi sin darse cuenta pues abundan los tópicos (“preferían seguir siendo pobres y asistir... a juegos suntuosos”, etc.), J.N. Robert da unas ciertas claves del significado profundo de los juegos: sobre todo significan un espacio de expresión política (y no política) del pueblo.
Y es ese derecho a la expresión de una voluntad lo que se defiende (en cuanto a las preferencias, probablemente se era muy consciente que los fondos destinados a los juegos, o bien se dedicaban a éstos o bien se quedaban en las arcas imperiales, pero que nunca iban a ser destinados a “remediar miserias”) mucho más que el disfrute de un placer. Y el ejercicio de esa expresión podía dar lugar a “propiciar un golpe de Estado” o bien a obligar al emperador a “abandonar el circo”.

En ese sentido, aparecen claras indicaciones de esta significación de protesta política en autores de la época, así Suetonio explica que Calígula expresó que “el pueblo-rey honraba más a un gladiador por un fútil motivo que la sagrada memoria de los césares, en la misma presencia del emperador”, o bien cuando “enfurecido, viendo a la multitud favorecer en el Circo a un partido al que era él contrario, exclamó: ¡Lástima que no tenga el pueblo romano una sola cabeza!” [6] (evidentemente, para poderla cortar); también en Suetonio se habla de una petición política a Domiciano realizada por el pueblo con ocasión de unos juegos: “En los juegos Capitolinos le fue solicitada por todo el concurso la rehabilitación de Palfurio Sura” [7](un ex-senador pro-neroniano, borrado de la lista del Senado por Vespasiano).

Igualmente, en un autor posterior, Herodiano, aparece una evidencia del aprovechamiento de las concentraciones en los espectáculos para manifestaciones de tipo político, así Herodiano explica como el pueblo manifiesta su oposición al Prefecto Pretoriano del emperador Cómodo, Cleandro, cuando dice que “los romanos lo odiaban, lo hacían responsable de sus desgracias y detestaban la insaciabilidad de su codicia. Primero, en el teatro, se organizaron en grupos numerosos para insultarlo y, después, cuando Cómodo vivía en las afueras, se presentaron en masa y le pidieron a gritos la muerte de Cleandro” [8]; aquí se observa como el pueblo organiza su acción primero en el teatro -un espacio equiparable, en términos políticos, al circo o al anfiteatro- y, desde allí, se canaliza su actuación contra el ministro imperial.

El mismo Herodiano, menciona otro incidente que pone de manifiesto la característica política del espacio circense, se trata de la reacción del pueblo de Roma al enterarse de la muerte del emperador Maximino (235-238): “Gente de todas las edades se dirigió corriendo hacia altares y templos, y nadie permaneció en su casa. Circulaban como poseso felicitándose mutuamente y corriendo todos juntos hacia el circo como si se hubiera convocado allí una asamblea” [9].

La naturaleza política de la reacción del pueblo (es decir, el dirigirse al circo) en este episodio queda confirmada por otra fuente, la Historia Augusta, en ella se dice que: “todos corrieron al punto a cumplimentar sus prácticas religiosas y, desde allí, los príncipes marcharon al senado, y el pueblo a la asamblea” [10], en otras palabras, el lugar de las asambleas políticas del populus era el circo.

El carácter político del espacio circense se plasma en la facilidad y capacidad de expresión de la voluntad del populus que este espacio proporciona, facilidades entre las que se encuentran la capacidad de reunión multitudinaria en un determinado lugar, las facilidades de expresión que presta el anonimato (que las mismas características del circo o el anfiteatro proporcionan) y el sentimiento de fuerza que otorga la propia reunión del populus; esta capacidad política se muestra claramente en los minutos previos al comienzo del espectáculo, así “en tiempos de la República, estos minutos de espera, aprovechados por los políticos más importantes de la ciudad para hacer su entrada en el recinto, daban ocasión al pueblo para que éste manifestara sus sentimientos respecto a ellos; y el pueblo no se privaba en absoluto de ello: la aparición de tal o cual personaje en las graderías podía desencadenar un gran entusiasmo o un gran alboroto. En ocasiones, ante el anuncio de un senadoconsulto (decreto) particularmente grato a los ojos de la opinión, todo el público estallaba en aplausos dirigidos al Senado; las ovaciones se hacían más estruendosas a medida que iban entrando en el recinto los senadores y, cuando por fin, aparecía el cónsul que ofrecía aquel día los juegos, se ponían todos en pie y le aclamaban con las manos extendidas hacia él. Claudio, en cambio, llegaba a los juegos por calles apartadas, entraba a escondidas en el Coliseo y asomaba la cabeza entre la multitud como un espectador que intenta colarse sin billete: en cuanto le veían, los abucheos eran tan grandes que sobresaltaban a los gladiadores, y los caballos, despavoridos relinchaban...” “Se dieron casos en que algún prohombre que había caído en desgracia fue literalmente expulsado por los espectadores; era también corriente que una especie de <<claque>>, mediante silbidos, proyectiles diversos, o aplausos pagados, trataran de arrastrar al público hacia manifestaciones de este tipo.

Con el Imperio, lo único que se producía eran aplausos: la claque se había convertido, por así decirlo, en una institución oficial. Se dieron algunos casos de manifestaciones hostiles al Poder, pero, dígase lo que se diga, fueron excepcionales”[11],  pese a la excepcionalidad que R. Auguet da a las muestras hostiles hacia el poder imperial, de hecho, lo importante es que éstas se producen  (se pueden citar diversas bajo el Imperio y posteriormente, si bien no tan espectaculares como la Nika, por ejemplo, en Roma en el 509 se produce también una sublevación contra el gobierno con participación de Azules y Verdes), y se producen siguiendo las pautas de la época republicana.

Así la señal del comienzo de la Nika es el diálogo establecido entre el orador de los Verdes y el heraldo del emperador (justo en los minutos previos al comienzo de las carreras), igualmente  el emperador es -parafraseando a Auguet- “literalmente expulsado por los espectadores” (y el de Justiniano no es el único caso, también Anastasio I lo fue anteriormente) mediante silbidos, abucheos y lanzamiento de proyectiles; de hecho, tanto el mantenimiento de la pauta como el del lugar es una muestra que también se mantiene intacta -sea o no utilizada- la importancia política para el pueblo del espacio circense durante todo el Imperio (y que, por diversas indicaciones, puede verse en la historiografía de toda la época imperial), es precisamente ese mantenimiento lo que facilita que el hipódromo sea el punto de partida de la Nika.

La asociación de lo lúdico, lo religioso y lo político en los juegos circenses, es algo que se produce desde su mismo origen; se ha hablado ya de la vinculación entre la política y la religión en los partidos del Hipódromo (Azules y Verdes) en Constantinopla, pero es que esa vinculación es muy anterior a la aparición del cristianismo y debe asociarse -junto a la politización que la controversia religiosa alcanza en el siglo VI-  más al carácter sacer que tenía todo lo que se relacionaba con los juegos -y por tanto, a los partidos del circo o del hipódromo- que a una preocupación por cuestiones teológicas propias del cristianismo. Así, en Roma, los espectáculos circenses nacen dentro del contexto de la celebración propia del tiempo sagrado (se distingue el tiempo sagrado del tiempo profano.

De hecho, los días del año se clasifican en dos categorías: fastos y nefastos, en los fastos se pueden emprender cualquier acción pues son propicios, en los nefastos es preferible abstenerse de cualquier actividad ya que resultaría un fracaso; esta caracterización, no obstante, es matizable, así días nefastos para determinadas actividades resultan fastos para otras, los días festivos son nefastos para la realización de actividades mundanas pero son propicios -es decir, fastos- para honrar a los dioses, y su tiempo pertenece al tiempo sagrado), el propio calendario no es más que un repertorio de fiestas, en el que se puede ver el tiempo dedicado al trabajo y el tiempo festivo.

Así cualquier espectáculo celebrado en el tiempo festivo (incluso los que celebran determinados acontecimientos: una victoria bélica reciente, un aniversario de la fundación de la ciudad, etc.) es una forma de honrar a los dioses -en su origen- y una manifestación religiosa cargada de un simbolismo propio: “las carreras de carros -es decir, los juegos del circo- eran las manifestaciones lúdicas más antiguas y, durante mucho tiempo, las más apreciadas por el público. Los carros, lo más a menudo tirados por dos o cuatro caballos, pertenecían a cuatro facciones diferentes, cada una de ellas representada por un color: el verde, el rojo, el azul o el blanco. Cada uno de estos colores simbolizaba una estación, un elemento natural y una divinidad. Estas carreras tenían una significación simbólica: representaban el curso del sol alrededor de la tierra (creencia de la época) en el circo, símbolo del universo” [12].

El simbolismo del espacio circense

El circo es símbolo del universo y, como tal, una representación miniaturizada del mundo que se mueve en ese universo: “el hipódromo venía a representar el mundo en miniatura; la arena era la imagen de la tierra, el euripus [13], la del <<mar de aguas glaucas>>, el obelisco que se levantaba en el centro de la spina [14] representaba el cielo o, si se quiere, el apogeo de la carrera del sol. Incluso los más nimios detalles contaban con un significado concreto: las puertas de los carceres [15], como los meses del año, eran doce; y los mojones que, a oriente y occidente, delimitaban el recorrido, aparecían en número de tres, como los signos del Zodíaco que comprenden tres decenas. y con ello no agotamos la lista de dichas correspondencias.

Naturalmente, las facciones, o mejor dicho, los <<colores>>, tenían también su lugar en esta arquitectura caprichosa. Representaban las estaciones, lo cual, en el estilo particular reservado a esta clase de cosas por la tradición popular, puede traducirse de la siguiente manera: Verde: primavera, renovación de la naturaleza, Venus. Rojo: verano, fuego, Marte. Azul: otoño, cielo y mar, Saturno o Neptuno. Blanco: invierno, céfiro, Júpiter” [16].

Todo este mundo envuelve, pues, una cosmovisión [17] y la plasma (la representa) físicamente en un marco concreto, en un espacio concreto. Puesto que el circo -o el hipódromo- simbolizan el universo en un marco espacial determinado, no es extraño -simbólicamente hablando- que un cambio en la estructura del universo surgiese del espacio del circo -ya que las facciones son un componente del mismo- pues, desde luego, el derribo del trono imperial significa para la sociedad tardorromana una alteración del propio universo: el emperador era considerado, o al menos éste pretendía serlo, como la cúspide de un orden social universal (es decir, que teóricamente, debía extenderse a todo el orbe) deseado por la divinidad, una alteración de esa cúspide era, evidentemente, una alteración “universal”.

Una importancia política reconocida por las partes

Finalmente, se puede mencionar también un hecho enormemente significativo respecto al carácter no sólo lúdico sino también político del espacio circense. Los circos romanos (o los hipódromos) aparecen siempre físicamente vinculados a los espacios del poder político imperial, así en Roma o en Constantinopla aparecen unidos directamente al palacio imperial (por medio de determinados pasillos y calles), en las ciudades provinciales aparecen unidos al espacio que simbólicamente representa el poder político imperial: el forum (por ejemplo, en el caso de Tarraco, el circo aparece materialmente pegado al Foro de la provincia, que es el espacio que representa a la autoridad imperial, sin embargo aparece alejado del Foro de la colonia que representa únicamente la vida municipal). Por todo ello, no es ni casual ni extraño que sea alrededor del hipódromo que el demos de Constantinopla se organice políticamente, y es, precisamente, esa capacidad de catalización de su voluntad política en los partidos Azul y Verde (que devienen en instrumentos de ella) lo que hará comparativamente mucho más peligroso -para la autoridad imperial- al demos constantinopolitano que al populus romano del Alto Imperio, y lo que explica también que el centro neurálgico y el estallido de la insurrección de la Nika sea el hipódromo.

Estructura social de la población de Constantinopla

La estructura social de la población de Constantinopla se puede dividir en una clase baja, otra media –nada nuevo bajo el Sol-.

Concretando más, la masa de la población urbana se compone de pequeños artesanos y comerciantes, jornaleros, sirvientes, esclavos, mendigos, prostitutas y esclavos. La clase media la forman funcionarios de la administración, médicos, profesores de universidad, terratenientes acomodados, propietarios de talleres y grandes comerciantes, armadores y banqueros. La clase alta la representa la nobleza cortesana y de sangre.

Esta estructura influye hasta cierto punto en las facciones del hipódromo. Así, desde hacía tiempo -como ocurría en la propia Roma-, el color verde representa a los elementos más populares de dicha sociedad -y también aglutina a elementos más o menos “heréticos” respecto a la política o la religión, es decir aglutina a los elementos más disconformes frente al poder-.

El color azul era el apoyo tradicional de la ortodoxia -política y religiosa- y dentro de una cierta búsqueda de soporte popular -que en general persiguieron, de una u otra manera, la mayoría de los emperadores- en él se apoyaban los emperadores (que, por otro lado, podían oscilar de uno a otro partido cuando consideraban que determinada facción se volvía excesivamente poderosa, de hecho, los emperadores “populistas”, tanto en Roma como en Constantinopla, favorecían a los verdes).

No obstante, sería una simplificación excesiva situar a los verdes como el “partido del pueblo” y a los azules como el “partido de los ricos”, pues no se trataba de eso (aunque algo hubiese).

En primer lugar en uno y otro partido aparecen individuos influyentes -económica, política o religiosamente. En general los dirigentes verdes procedían de la burguesía enriquecida por el comercio y la industria y los funcionarios que habían hecho carrera, los azules solían ser miembros de la vieja aristocracia senatorial y grandes propietarios terratenientes- junto a las bases de dichas facciones que no lo son; en segundo lugar ambos partidos comparten una característica común: son un contrapoder, son un elemento de poder democrático -en el sentido de que son, por encima del favor imperial que se otorgue a uno u otro, elementos del demos urbano, pues nacen dentro del espacio del circo y éste es un espacio de manifestación del demos y a él, no al emperador ni a la aristocracia, representan-, los emperadores podían cortejarlos  o los altos funcionarios (como Juan de Capadocia) buscar su favor, pero en realidad, ni unos ni otros pudieron controlarlos  (siendo las facciones las que adoptaban sus propias decisiones).

Por ello precisamente -por lo que tienen de fondo común, de contrapoder- es por lo que ambas facciones -habitualmente visceralmente enfrentadas- pudieron unirse en un momento determinado y bajo unas circunstancias concretas (la política imperial, por primera vez, era contemplada al unísono, por ambas facciones, como perjudicial) llegando casi a lograr la caída del emperador y de su gobierno.

Con el transcurso del tiempo las cuatro facciones originales del circo se vieron reducidas a dos, así el color Rojo -y sus cuadras- fue absorbido por el Azul -como se puede ver gráficamente en algunos mosaicos, donde aparecen conductores de carros con la casaca azul ribeteada en rojo- y el Blanco desapareció en beneficio del Verde; de esta manera, durante el período tardorromano, se constituyeron en las grandes ciudades únicamente dos partidos circenses: el de los Verdes (prasinoi) y el de los Azules (venetoi), son éstos los partidos que cobraran protagonismo en la vida política de Constantinopla.

Los partidos circenses fueron incrementando su importancia política desde fines del siglo V, no sólo en Constantinopla sino también en todas las grandes ciudades del Imperio -hay muestras de ello en Roma, donde estalló una rebelión en el 509 contra el gobierno godo, o en Cartago donde Verdes y Azules aparecen aliados-.

Los partidos circenses de Constantinopla y el poder imperial

En Constantinopla es bajo el reinado de Anastasio I cuando, por primera vez, los partidos circenses están a punto de destituir a un emperador y muestran claramente cual es su verdadera fuerza; el gobierno de Anastasio había propiciado un acercamiento con las provincias meridionales (Siria, Palestina y Egipto) monofisitas [18], como consecuencia de ello, en la capital, se había favorecido a la facción Verde (de tendencia monofisita), es decir, el gobierno imperial se apoyaba en esos elementos del demos urbano para llevar adelante su política frente a la aristocracia y la Iglesia ortodoxa.

En general, el acercamiento político hacia esas provincias meridionales fue un fracaso -ya que el gobierno imperial propiciaba una formula mixta que sirviera tanto para los católicos ortodoxos como para los monofisitas, con el previsible resultado del rechazo de unos y otros-, pero lo que aquí interesa es el papel de las facciones del hipódromo y como éstas se convierten en un elemento a tener en cuenta en el mundo político de Constantinopla.

Anastasio se apoyaba en los Verdes, pero los Azules promovieron fuertes enfrentamientos en la capital contra el emperador y contra sus enemigos Verdes, el eje de los disturbios era el hipódromo y éstos alcanzaron tal grado de intensidad que el emperador tuvo que acercarse como suplicante al poste inferior del hipódromo y ofrecer su renuncia al trono; los Azules lo apedrearon pero los Verdes lo defendieron -gracias a lo cual Anastasio salvó la corona-. No obstante, corroborado el fracaso de su política de  conciliación y visto lo peligroso de los disturbios en la capital el emperador abandonó, en cierta medida, su apoyo a los Verdes (y su aparente simpatía hacia el monofisismo) sin lograr, por otro lado, un apoyo abierto de los Azules -que poco más o menos se habían impuesto en la ciudad y en el Senado al margen de la autoridad imperial-.

Esta situación de pre-guerra civil alcanzó su punto álgido en el año 513 cuando Vitaliano -un oficial del ejército en Tracia- se sublevó en favor de los Verdes y marcho contra la capital (en el 514) apoyado por contingentes hunos y eslavos; el fracaso de la acción militar llevó a Vitaliano a entablar negociaciones con el gobierno imperial (representado por Justiniano, en aquellos momentos funcionario imperial y simpatizante de los Azules), Justiniano llegó a un acuerdo con Vitaliano (de hecho tomaron juntos, como muestra de buena voluntad, la Eucaristía) y éste disolvió a su ejército en el año 515.

La anterior situación muestra, por un lado, como había evolucionado el poder de las facciones, por otro lado, como el epicentro de ese poder se encuentra en el hipódromo -de allí surge la sublevación contra Anastasio- y como el hipódromo deviene en el espacio político del demos por excelencia (ya sea el demos Verde o Azul), que es capaz de enfrentarse abiertamente al sistema imperial.

En realidad, que los enfrentamientos entre las facciones fuesen capaces de llegar al punto de una guerra civil y de poner en peligro la estabilidad del emperador muestra que éstas eran mucho más que “curiosas reliquias de la libertad griega”, eran algo vivo, y esa vida sólo se comprende si se atiende al significado que en la vida del demos -y anteriormente del populus- tiene el hipódromo, en particular, y los juegos circenses, en general, y semejante significado sólo se comprende, también, a través de una continuidad ininterrumpida desde el período republicano hasta el tardorromano del papel político (junto al lúdico y al religioso) de ese espacio.

Durante el reinado de Justino I (518-527), ex-jefe de la guardia de palacio de Anastasio, la política imperial fue de apoyo matizado a los Azules (en tanto en cuanto éstos eran partidarios de la ortodoxia) pero dentro de un marco global de férreo control de las facciones, dentro del cual se produjo el asesinato de Vitaliano, nombrado recientemente cónsul, y otros dirigentes Verdes, organizado por Justiniano a instancias del emperador Justino, su tío, Procopio describe esos sucesos y en particular la muerte de Vitaliano a manos de Justiniano: “il envoya chercher Vitalien l’usurpateur, auquel il avait préalablement fourni des garanties pour sa sécurité en prenant part avec lui aux mystères des chrétiens. Mais peu après, sur le soupçon qu’il l’avait offensé, il le fit mettre à mort dans le palais avec ses familiers sans aucune raison, ayant estimé que même les garanties les plus solennelles en constituaient en rien un obstacle” [19]. Justino deseaba evitarse los apuros por los que había pasado Anastasio, pero, en cualquier caso, lo único que se logró fue posponer el estallido de la revolución no evitarla -pues las facciones permanecían intactas en su papel de contrapoder-.

Tras el acceso al trono de Justiniano (527) la política respecto a las facciones se mantiene, en principio, sin cambios; es decir, de apoyo matizado a los Azules y virtual persecución de los Verdes. No obstante, diversos factores se unirán de tal manera que provocaran un cambio, si se quiere sutil, en el aparente férreo control de las facciones y de la situación.

En primer lugar, la política  interior de Justiniano  -respecto  a las facciones- no es en absoluto tan contundente como la de Justino, en palabras de Procopio: “le gouvernement ressemblait complètement à une tyrannie, une tyrannie pas même bien établie, mais chaque jou changeante et sans cesse recommencée” [20]; es decir, el gobierno se comporta como una tiranía, pero no como una tiranía eficaz, de tal modo que son las propias facciones -como ocurrió en la última fase del reinado de Anastasio- quienes resuelven sus propias querellas un tanto al margen de la autoridad imperial (asumiendo, poco a poco, el control de Constantinopla).

En segundo lugar, la Renovatio Imperii impulsada por Justiniano conllevaba una impopular política exterior y una más impopular política fiscal -para sufragar los gastos de dicha Renovatio-, así el intento de restaurar el Imperio Romano en toda su antigua concepción y extensión implica unas necesidades tributarias desorbitadas, de tal manera que se aumentan los impuestos y se disminuyen las prestaciones, respecto a la capital esta política significa la desaparición de fondos para el alumbrado de las calles (que pasan a ser destinados al tesoro imperial), la disminución de los espectáculos urbanos, de las escuelas ciudadanas y de los médicos públicos; además todas estas impopulares medidas las ejecuta un personaje no menos impopular, se trata de Juan de Capadocia -nombrado Prefecto del Pretorio, en 531, por Justiniano-, un antiguo Verde pasado a los Azules y, por tanto, odiado por ambos bandos (para unos es un traidor, para otros siempre será un advenedizo o un Verde encubierto).

Así, la coincidencia de una pérdida de control sobre las facciones y una política  igualmente impopular para ambos bandos -esencialmente por lo que se refiere a lo fiscal- provoca una situación en la que cualquier chispazo puede originar el incendio (cualquier incidente desencadenar la revolución), de hecho, el chispazo lo será el intento de la administración de volver a imponer su autoridad en la ciudad mediante una acción policial, que debía ser “ejemplar”, contra ambas facciones (que ya disputaban abiertamente el control de la ciudad al gobierno, casi como un gobierno paralelo). Esta demostración de fuerza gubernamental -que se vera más adelante-, empujara a las facciones a una alianza y será el “casus belli” (si bien no la causa de fondo) para el inicio de la Nika.
           
Antes de pasar a los acontecimientos de la Nika propiamente dichos, puede ser necesario contemplar el marco de fondo, dentro de la política imperial, bajo el que esos acontecimientos se desarrollan; se trata de la Renovatio Imperii, cuyas exigencias económicas representaran la causa mediata (de hecho, la causa de fondo sería otra, sería una lucha por la esencia misma del poder: se disputa la cuestión de la soberanía, de si ésta reside efectivamente en el demos o ha pasado al “divino emperador”) del estallido de la Nika. Los presupuestos ideológicos -y aquello que los envuelve- de la Renovatio Imperii, el papel de la misma en la política exterior y sus implicaciones económicas,  quedan, todavía, por ser tratados.


Jorge Romero Gil


Bibliografía

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Herodiano.: Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, I.12.5, Ed. Gredos, Madrid, 1985, pág. 120.
Maier, F.G.: Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII,    “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 9, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987.
Procope: Histoire secrète, Ed. Les belles lettres, París, 1990.
Robert, Jean-Noël: Los placeres en Roma, Ed. Edaf, Madrid, 1992
Scriptores Historiae Augustae: Historia Augusta, XIX.25.5-26.1, Ed. Akal, Madrid, 1989, pág. 459
Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Ed. Iberia, Barcelona, 1986.
Tácito, Cayo Cornelio, Historias, Ed. Akal, Madrid, 1990.



[1] MAIER, Franz Georg, Bizancio, “Historia Universal Siglo XXI”, vol. 13, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1984, pág. 42.
[2] AUGUET, Roland, Crueldad y civilización: los juegos romanos, Ed. Orbis, Barcelona, 1985, pág. 158.
[3] TÁCITO, Cayo Cornelio, Historias, II.91, Ed. Akal, Madrid, 1990, pág. 193.
[4] SUETONIO TRANQUILO, Cayo, Los doce césares, Tito Flavio, VI, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 315.
[5] ROBERT, Jean-Noël, Los placeres en Roma, Ed. Edaf, Madrid, 1992, pág. 100.
[6] SUETONIO TRANQUILO, Cayo, op. cit., Cayo Calígula, XXXV y XXX, pág. 178 y 175.
[7] ibidem, Tito Eladio Domiciano, XIII, pág. 331.
[8] HERODIANO, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, I.12.5, Ed. Gredos, Madrid, 1985, pág. 120.
[9] ibidem, VIII.6.8, pág. 332.
[10] SCRIPTORES HISTORIAE AUGUSTAE, Historia Augusta, XIX.25.5-26.1, Ed. Akal, Madrid, 1989, pág. 459.
[11] AUGUET, Roland, op. cit., pág. 37.
[12] ROBERT, Jean-Noël, op. cit., pág. 102.
[13] Foso excavado alrededor de la pista.
[14] Se trata de la arista central del circo, la formaba un basamento revestido de mármol lleno de estatuas y de diferentes construcciones (obeliscos...) y dividía la pista -a lo largo- en dos mitades, dejando en los extremos unos espacios para que los carros realizasen su viraje.
[15] Puertas por las que podían salir los caballos a la arena.
[16] AUGUET, Roland, op. cit., pág. 124.
[17] Es decir, una visión determinada del universo, en cierta medida se refiere al concepto de Gestalt utilizado por T.S. Kuhn y dándole aquí el sentido “forma visual”; en otras palabras, que al universo se aplica una forma visual concreta que responde a la concepción que de ese universo tiene el observador.
[18] El monofisismo es una variante del catolicismo ortodoxo, pues surge como reacción extrema al nestorianismo, formulada por el archimandrita (nuncio del patriarca) alejandrino en Constantinopla, Eutiques, según esta doctrina de las dos naturalezas de Cristo surge, en el momento de la encarnación, una naturaleza divina (monon physis), de lo que deviene que la carne del Logos sea diferente a la humana en su esencia. Las controversias y apasionamientos respecto a una u otra doctrina se explican en la concepción religiosa de la época, se pensaba que no sólo el fondo sino la forma exacta de lo que se creía -es decir la formulación y la definición concreta y detallada de la divinidad- influían en la salvación ; así la esperanza de redención y de inmortalidad peligraba a causa de la más mínima diferencia, del más mínimo fallo, al formular teológicamente la divinidad de Cristo y la relación entre su naturaleza humana y divina.
[19] PROCOPE, op. cit., VI.27-28, pág. 52.
[20] ibidem, VII.31, pág. 55.



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