viernes, 23 de diciembre de 2011

El establecimiento de la dinastía Flavia: la crisis del 69 (V)

 

 Una característica que destaca en el curso de los conflictos del año 69 es el enorme protagonismo que tienen los diferentes legados de los ejércitos en lucha; no se trata sólo de protagonismo en la dirección de la guerra, se trata -y ésto es lo más importante- de un protagonismo político, de una participación y dirección en la lucha política que mueve al conflicto bélico. 

Una guerra de legados

Participación, además, que hasta cierto punto es autónoma del candidato al trono al que se apoya, y lo es hasta tal punto que los autores -Tácito y Suetonio, principalmente- que relatan los acontecimientos del año 69 no dudan en sospechar abiertamente de la lealtad de unos u otros legados respecto a los emperadores que apoyan, en otras palabras, esos militares, esos legados, se consideran los auténticos "hacedores" de los emperadores y, además, en gran medidas sus iguales -aquí el "inter pares" no se entiende como referido a los senadores o ciudadanos, sino a los militares, de entre los cuales el emperador es sólo el "primus", pero nunca el "dominus"-; esta característica diferencia a los legados de esta guerra civil de los de anteriores conflictos, así el papel que representan Muciano o Antonio Primo respecto a Vespasiano, o Cécina y Valente respecto a Vitelio, no es comparable al de un Agripa respecto a Octavio Augusto, los primeros pretenden -sobre todo- compartir el poder con el emperador e incluso ser el auténtico poder tras un emperador marioneta -especialmente claro ésto en relación a Cécina y Valente con Vitelio-, el segundo sólo pretende ser la mano derecha, el hombre de confianza, de Augusto, si acaso ser el segundo pero nunca hacer sombra al emperador. 

Cierto es que ya existía un precedente, si bien de infausto final para cualquier imitador, del papel del "auténtico poder tras el trono" en el caso de Sejano y Tiberio, pero -probablemente- jamás Sejano pudo sentirse tan "igual de pleno derecho" a su emperador Como un Cécina o un Antonio Primo pudieron hacerlo, a fin de cuentas Sejano se limitó a intentar jugar con la aparente senectud de Tiberio, Cécina o Primo podían jectarse -con reazón o sin ella- de haberle entregado el trono. Por todo ello, el final de la crisis política pudo haber desembocado en la sustitución de la influencia de los libertos imperiales más leve, en la medida que su poder era "menos digno" y se encontraba más en la ascendencia que pudieran tener sobre el emperador, que a fin de cuentas la otorgaba más o menos voluntariamente- por la influencia de los militares que habían llevado al emperador al trono -más grave, pues se hubiese basado en una especie de "derecho de conquista" y, sobre todo, en las fuerzas militares que los respaldaban-; el que, finalmente, esta situación se evitase habla también en favor de la habilidad política de Vespasiano, para ello Vespasiano opta por eliminar todo tipo de intermediarios entre el emperador y la administración, entre el emperador y su gobierno -si se quiere sobornar a alguién para obtener un favor, ese alguién ha de ser el propio emperador; en otras palabras: si se desea obtener algo del Estado a quién se ha de pagar es a ese Estado-, no se sustituye a una corte de libertos por una de militares, simplemente se elimina el papel que jugaban unos, de tal manera que no hay opción a que otros puedan jugarlo. Además, Vespasiano, es capaz de llevar adelante esta política con la suficiente habilidad y eficacia como para evitarse el estallido de otra guerra civil, vía, por ejemplo, de un golpe de estado perpetrado por aquellos que quedaron defraudados en sus aspiraciones al poder.
 
El papel que desempeñan Cécina y Valente queda claro en Tácito, cuando se indica que "las funciones del imperio las desempeñaban Cécina y Valente" (57), igualmente los logros de éstos -respecto a Vitelio- también son claros en Suetonio cuando se dice que "sus legados le dieron, en efecto, el Imperio" (58); por otro lado, las ambiciones de los legados de Vespasiano no son menores y los méritos que se atribuyen para ellas son idénticos a los de sus colegas y enemigos, así, Muciano en su discurso a Vespasiano le dice que no desea "ser puesto por detrás de Valente y de Cécina; sin embargo, no desprecies como compañero a Muciano por el hecho de que no lo tengas por rival" (59), que Muciano se ve a sí mismo como compañero de Vespasiano también lo indica Tácito, cuando dice que éste actuaba "más como colega en el imperio que como subordinado" (60) y que se jactaba "de que el imperio había estado en sus manos y de que se lo había regalado a Vespasiano" (61); igualmente, otros jefes flavianos intentan atribuirse todo el poder posible, es el caso de Antonio Primo que intenta, además, competir con Muciano, así, una vez tomada Roma, Tácito indica que "el máximo poder residía en Primo Antonio. Éste se dedicaba a coger de la casa del César dineros y esclavos" (62).
 
Otra característica de esta guerra civil es el hecho que la dirección bélica queda, también, en manos de los legados mucha más que de los candidatos al trono, de lo cual se derivan las pretensiones políticas de dichos legados respecto a los emperadores -pues son ellos los que les han dado la corona-; en el caso de Vitelio dicha dirección se les da con complacencia; en el caso de Vespasiano los acontecimientos la precipitan así (al tomar la iniciativa Antonio Primo, haciendo caso omiso de las directrices de Vespasiano), baste recordar que Vespasiano pretendía dirigir personalmente una campaña en África; diferente es la actuación de Otón, aquí es primordialmente el emperador quién dirige la campaña -si bien, en el momento decisivo estara ausente, cosa que minara la moral de sus tropas-; en el caso de Galba no hay opción a dirigir campaña alguna ya que muere durante un golpe de estado, no obstante, cuando marcha hacia Italia contra Nerón, Suetonio dice que "se puso entonces en marcha, vistiendo la armadura de los jefes militares, con un puñal colgado al cuello sobre el pecho" (63), lo cual parece indicar que ostentaba el mando directo de la campaña.
 
La definición política de los ejércitos provinciales

El papel que desempeñan los legados, el protagonismo de éstos, también lo comparten las provincias y, sobre todo, los ejércitos provinciales. En efecto, así como la guerra lo es de legados, lo es también de ejércitos provinciales; se descubre que el poder no reside en Roma, se sanciona y legitima allí -es cierto- pero, como dice Tácito, esta guerra significa que se había "divulgado uno de los secretos del imperio: el de que se podía hacer a un príncipe en un lugar que no fuera Roma" (64), o lo que es lo mismo: que todo el Imperio -no sólo la Urbe- es ya Roma, y por tanto es todo el Imperio, no sólo la capital, el que participa directamente -como protagonista, no como espectador- en las luchas políticas de Roma. 

Los ejércitos provinciales irrumpen aquí, como antes lo habían hecho los pretorianos, como una fuerza política clara -ahora éstas no son sólo el pueblo, el senado y los pretorianos, sino todos éstos más cada uno de los ejércitos de las provincias-; además cada ejército -y aquí se incluyen también a los pretorianos- se mueve en apoyo de una u otra línea política -que lo son no ya de la ciudad de Roma, sino del Imperio-, es decir: se produce una definición política de esos ejércitos (en un doble sentido: la de asumir su propio protagonismo, como actores en la lucha política; y la de apoyar una línea política concreta para el Imperio). Así, claramente, se puede decir que las tropas otonianas son pro-neronianas, también lo son las vitelianas; republicano o pro-senatoriales no lo es ningún ejército (como queda claro ante el clamoroso fracaso de Galba), pese a que en algún momento se invoque en las sublevaciones el nombre del Senado y Pueblo de Roma (son invocaciones en favor de alguna autoridad entre interregnos, hasta la obtención de un candidato al trono, mucho más que manifestaciones en favor de la República); en cuanto a las fuerzas flavianas, su definición es, en principio, más ambigua, sin duda apoyan a un príncipe y dado el programa político que desarrolla éste se las puede considerar "augusteas", no obstante, y dejando de lado el tipo de lealtad política a Vespasiano de las tropas orientales, a la bandera de Vespasiano se unen muchas fuerzas anti-vitelianas más que pro-flavianas. Sin embargo, también queda claro que los elementos pro-neronianos se habían mostrado especialmenten activos y, que, habían calado hondo en numerosos cuerpos del ejército, de hecho, la división de éstos (y sus mutuos odios) entre vitelianos y otonianos uno de los elementos que generan el fracaso de su alternativa política, y es uno de los elementos que favorece el éxito de la alternativa política que representa Vespasiano.
 
En cuanto a las provincias propiamente dichas, todas ellas participan activamente en la crisis, ahora bien su papel, su capacidad de acción y decisión, cambia en la medida que éstas esten armadas o inermes, es decir que tengan tropas o no las tengan; esto queda muy claro en Tácito cuando se indica que "según el ejército del que fueran vecinas, se dejaban llevar al favor o al odio por la influencia del más fuerte" (65). Uno de los elementos que hacen participar activamente a las provincias en esta lucha que, además, contribuye a la consideración del conjunto del Imperio -no sólo a la capital o de Italia- como estado romano, es la identificación de los ejércitos provinciales con "su" provincia, en definitiva, éstos son mucho más que guarniciones romanas en uno u otro territorio, son sobre todo, un componente de la vida provincial, y lo son como componente romano, en consecuencia, el conjunto de la provincia ya no es un botín para el vencedor ("pro-vincere") sino que es una parte integrante del mismo, una parte -en cierta medida, tanto como la misma Roma- del estado romano. Esta simbiosis entre el ejército de una provincia y la misma quedan clarisimamente reflejados en el siguiente texto de Tácito, cuando indica que fibra toco Muciano para causar adhesiones a la causa de Vespasiano: "Nada inflamó tanto a la provincia y al ejército como el que Muciano asegurara que Vitelio había dispuesto transferir las legiones de Germania a Siria para proporcionarles un servicio regalado y tranquilo y, por el contrario, que las legiones de Siria pasaran a los campamentos de invierno de Germania, duros por su clima y sus fatigas. La verdad es que también los provinciales se sentían a gusto en la acostumbrada compañía de la tropa, porque muchos estaban ligados a ella por amistades y parentescos, y los militares que habían envejecido en el servicio amaban aquellos acuartelamientos conocidos y familiares com a su propio hogar" (66); este texto muestra perfectamente el tipo de simbiosis que se establecía entre el ejército y su provincia, los militares quedaban ligados a ella "por amistades y parentescos" y la consideran "su propio hogar", ciertamente el ejército es un elemento más en ese proceso de simbiosis entre la provincia y Roma pero no es el único elemento (ni siquiera el principal), y considerar otra cosa sería -probablemente- un error; dicha simbiosis implica, naturalmente, no sólo una romanización de la provincia, sino también una "provincialización" -en un sentido de universalización, en este caso, ya que implica que no sólo es romano lo romano, sino que lo que antes era extranjero, incluso las costumbres, ahora deviene en romano y se considera como tal, excepto por aquellos que deploran la "perdida de las viejas virtudes romanas", por otro lado enormemente mitificadas- de lo romano, provincialización también del Estado, que implica, en consecuencia, que la conciencia de Estado -entendido como estado romano- ha alcanzado al conjunto del Imperio, que se considera ya -en buena medida- integrado en el estado romano, una parte más -y no el botín- del mismo.


Jorge Romero Gil


Bibliografía

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Notas
 
(57) Tácito, Cayo Cornelio, Historias. cit. II, pág. 164.
(58) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, A. Vitelio, IX, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 290.
(59) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.77, pág. 154.
(60) ibidem, pág. 158.
(61) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., IV.4, pág. 237.
(62) ibidem, pág. 236.
(63) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Servio Sulpicio Galba, XI, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 268.
(64) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.4, pág. 39.
(65) ibidem, pág. 45.
(66) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.80, pág. 156-157.



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