martes, 20 de diciembre de 2011

El establecimiento de la dinastía Flavia: la crisis del 69 (III)




Aspectos políticos de la crisis

Junto a la lucha por la sucesión imperial aparecen claramente una serie de causas y consecuencias políticas -íntimamente entrelazadas- de la crisis que enmarca a ésta. Esos aspectos políticos -ya más o menos tratados en el apartado anterior- son los que aquí se tratarán de dibujar.

Crisis del principado           
           
El fin de Nerón y los conflictos que estallan tras éste representan mucho más que un cambio dinástico, representan una crisis del principado como sistema; en efecto, en los primeros momentos -tras la muerte de Nerón- todas las alternativas políticas parecen viables, ahora bien, las posibles soluciones, las alternativas, ante la crisis del principado pueden resumirse en cuatro opciones básicas: restauración de la República, monarquía absoluta, principado adoptivo y principado dinástico.

De esas cuatro opciones la restauración del antiguo estilo de gobierno republicano es la más irreal y la más demagógica -en el sentido de que el nombre del Senado y pueblo romanos es más empleado como interregno en la búsqueda de un candidato al trono que como alternativa real de gobierno-. No obstante la revuelta de Vindex contra Nerón -sobre todo- sería la más clara opción hacia el republicanismo, de hecho el propio Galba a la hora de sumarse a esta revuelta sólo acepta ser un legado con invocaciones más o menos republicanas -es tras el fin de Vindex y cuando se le ofrece el trono en la misma Roma cuando acepta el nombre de emperador-; igualmente cabe recordar que en su rechazo de Galba las legiones germánicas invocan en sus juramentos, en un primer momento, a la República: "en el ejército superior, las legiones IV y XXII, que acampaban en los mismos cuarteles de invierno, el propio día primero de enero destrozan las efigies de Galba, con mayor decisión los de la legión IV, con vacilaciones la XXII, y luego todos a una. Y para que no pareciera que quebrantaban el respeto a la autoridad, invocaban en su juramento los ya olvidados nombres del senado y el pueblo romanos" (19), es cierto que se trata de una invocación en la práctica falsa -y así lo entiende Vitelio cuando recibe la noticia de "que las legiones IV y XXII, tras tirar por tierra las efigies de Galba, habían jurado lealtad al senado y al pueblo romano. Tal juramento le pareció vacío de sentido" (20)-, pero, no obstante, no deja de ser significativa la permanencia de las ideas y del pasado republicanos, y además es significativa, y esto es lo más importante, de lo voluble -de lo fluida- de la situación política tras la muerte de Nerón, muestra claramente que todas, o casi todas, las opciones políticas -incluso, aparentemente, la República- permanecen abiertas y que el régimen instaurado por Augusto afronta no sólo una crisis dinástica sino de subsistencia.

La monarquía absoluta es la opción que continuaría la línea política neroniana, su apoyo político principal en la Urbe es el pueblo, a éste tratan de atraerlo tanto Otón como Vitelio -los dos representantes de esta opción política, y los dos representantes también de una reacción pro-neroniana-; la línea neroniana también encuentra apoyo entre las tropas, ya anteriormente se ha mencionado el apoyo de los pretorianos y de las tropas de marina a Otón como consecuencia de su apego a Nerón, igualmente este sentimiento se manifiesta entre algunas legiones provinciales: "la XIV, especialmente famosos por haber aplastado la rebelión de Britania. Nerón había aumentado su gloria al elegirlos como a los mejores, por lo que le habían guardado larga lealtad y sus ánimos estaban entusiasmados con Otón" (21): Igualmente Vitelio, sobre todo tras su victoria, da claras muestras de neronianismo, así lo dice expresamente Tácito: "pues la verdad es que Vitelio profesaba admiración a Nerón" (22), además Vitelio se muestra muy moderado respecto a los partidarios de Otón vencidos, claramente neronianos, como indica Tácito: "la verdad es que había desarticulado con moderación al partido vencido" (23), y honra públicamente el recuerdo de Nerón: "resultó muy grato a la peor gente y provocó resquemores entre los hombres de bien el que, tras levantar un altar en el Campo de Marte, hiciera un sacrificio fúnebre en memoria de Nerón" (24), de paso, aquí también se ve otro elemento esencial en la política neroniana o pro-neroniana (con vistas a instaurar una monarquía absoluta), se trata del populismo, de la búsqueda del apoyo del populus (ese es el sentido de la frase de Tácito, cundo dice "resultó muy grato a la peor gente"), igualmente Vitelio realiza gestos al elemento popular y también, en cierta medida, al Senado, por ejemplo, "acudiendo como un ciudadano más a los comicios consulares en compañía de los candidatos, procuró hacerse propicios los comentarios de la plebe vil, en el teatro como espectador y adhiriéndose a ella en el circo" (25).

Aquí se observa un gesto al Senado, un gesto a la idea del "inter pares", al comportarse como un ciudadano y como un senador más en los comicios; por otro lado, la voluntad de ganarse al pueblo es evidente al sumarse a éste en el teatro y en el circo, por otro lado, un pasaje de Suetonio indica cuales eran los apoyos reales de Vitelio en la ciudad: "El pueblo y los soldados le interpelaron de nuevo exhortándole a no dejarse vencer del abatimiento y prometiéndole todos a porfía ayudarle con todas sus fuerzas" (26), es decir el pueblo más llano y sus tropas, no hay ninguna referencia al Senado (cuyo apoyo, en el mejor de los casos, era obligado y puramente formal).

En cuanto a los tintes negativos con los que se presentan las figuras de Otón y Vitelio, hay que indicar que su evidente neronianismo, forzosamente, les enajena cualquier apoyo de la historiografía senatorial; no obstante, incluso en Tácito y Suetonio se presentan algunas ambigüedades que desdibujan esa imagen perfida, así el comportamiento final de Otón -y, de hecho, el comportamiento durante la guerra- no cuadra con el retrato de su carácter; el correcto desempeño de funciones administrativas por Vitelio en África, indicadas por Tácito cuando dice: "allí Vitelio había desempeñado un proconsulado lleno de integridad y de éxito" (27), o algunas medidas adoptadas (en Germania) como emperador (como sustituir en la administración imperial a los libertos por caballeros) tampoco cuadran con la perversidad y negligencia que se le atribuyen.

En definitiva, se puede decir, que tanto Otón como Vitelio representan la continuación de la política neroniana, y la continuación de la idea de sustituir el principado por un dominado (por una monarquía absoluta), para ello -al igual que Nerón- se apoyan en una política populista, buscando prioritariamente el apoyo del pueblo -y, naturalmente, el del ejército- por encima del Senado (con el cual, no obstante, también tratan de conciliarse).
           
El principado adoptivo, y el repudio de la idea dinástica, es la solución más del agrado del Senado, es la vía que representa Galba. Esta solución implica el mantenimiento del principado como tal pero la abolición de la sucesión dinástica -por la sangre-, sobre las ventajas de este sistema (que recuerda, no sólo claramente sino también sospechosamente, al de los Antoninos) Tácito pone un discurso en boca de Galba (con motivo de la adopción de Pisón): "Bajo Tiberio y Gayo y Claudio fuimos como heredad de una sola familia; el que ahora hayamos empezado a ser elegidos ocupará el lugar de la libertad y, acabada la casa de los Julios y los Claudios, la adopción sabrá encontrar en cada caso al mejor. En efecto, el ser engendrado y nacer de príncipes es algo fortuito, y no se entra en más averiguaciones; en la adopción la elección no está condicionada, y si se quiere escoger, el común parecer brinda una orientación" (28).

Evidentemente, se trata no sólo de teoría sobre el Estado romano, sino sobre una forma de Estado muy concreta: un principado adoptivo bajo consenso -e incluso control- senatorial, en definitiva, una cierta coparticipación del Senado en el poder.

Independientemente que las palabras de Galba sean verídicas o sean una apología antoniniana (interpolada por Tácito), lo cierto es que el espíritu de su acción (la adopción de Pisón) si que se enmarca en el del discurso. Ahora bien, el fracaso de esta opción, de esta vía, se debe -esencialmente- a que se trata, en esos momentos, de una opción básicamente senatorial, que se realiza al margen no sólo de las provincias y sus ejércitos, sino también al margen de las tropas urbanas y del pueblo. La gran diferencia con el sistema adoptivo instaurado con los Antoninos es que, éste, se basará en el consenso entre el Senado y el ejército (Nerva y Trajano); y la elección senatorial -la adopción del sucesor del príncipe por su predecesor- será respaldada por el ejército (a Nerva, un miembro del Senado, lo respalda la fuerza de su sucesor designado: Trajano, un militar). No ocurre así en el caso de Galba y Pisón.

El principado dinástico, el principado de Augusto -tal y como éste lo concibió en su momento-, es la solución que representa Vespasiano. Aparentemente se trata, pura y simplemente, de la restauración del orden "augusteo"; restauración por encima de las desviaciones neronianas y eludiendo el intento senatorial de instaurar un sistema adoptivo -eso sí, reconociendo la legitimidad de Galba y, por tanto, que la legitimidad reside en el Senado-. 

Vespasiano juega la carta de Augusto (se presenta, literalmente, como un segundo Augusto no como un segundo Nerón, ni como alguién que trata de realizar innovaciones), restaura su sistema, muestra respeto al Senado pero vuelve al sistema dinástico y lo consolida (con su propia dinastía), el principio dinástico queda claramente establecido en el discurso de Muciano para que Vespasiano acepte el trono, cuando dice: "Tu casa tiene un nombre ennoblecido por el triunfo, tiene dos hombres jovenes, de los que uno ya es capaz para el imperio y que en los primeros años de su carrera militar se hizo famoso también entre los ejércitos germánicos. Sería absurdo no ceder el imperio a aquél a cuyo hijo hubiera adoptado si yo mismo fuera el emperador" (29), aquí claramente se habla de la "casa de Vespasiano", de las aptitudes de sus hijos, como de una ventaja clara de Vespasiano, de una de sus aptitudes para el trono (si bien, también es cierto que, igualmente, se introduce en el discurso de Muciano la legitimidad de la sucesión adoptiva).

La solución de Vespasiano será la que, finalmente, se imponga en esta crisis, así a la crisis del principado se responde con la restauración del principado, tal y como este había sido concebido y despojandolo formalmente de veleidades absolutistas (aunque en la práctica el poder real lo ostenta el emperador); se busca la colaboración del Senado y el consejo o consenso de éste (se le respeta, sobre todo formalmente), pero no su coparticipación en el poder (en la toma de decisiones). No obstante, Vespasiano retoca el sistema de Augusto, se adquiere la conciencia de que todo el Imperio es un Estado -no únicamente Italia- y, por tanto, se ha de crear y generalizar una buena administración; además en esa administración se da cabida a senadores y caballeros -y esta es una mejora respecto al sistema Julio-Claudio- y no a libertos imperiales. Con ello Vespasiano se gana la adhesión de los senadores, la legitimidad, y consolida su régimen y su dinastía, a fin de cuentas ¿que mayor legitimidad podía existir que la de ser un segundo Augusto?.

Soberanía y legitimidad.

La cuestión de la legitimidad del poder y de la soberanía es un elemento que preocupara a los contendientes por la sucesión de Nerón, no sólo como excusa ideológica o como simple cobertura honorable, sino también como un elemento importante en la consolidación de su propio poder.

En cierta medida, y pese a los pronunciamientos provinciales, se considera que la legitimidad del Estado reside en Roma -en la Urbe-, y tarde o temprano se precisa la sanción de Roma (que, en ese sentido, cada vez más se identifica con el Senado), ya sea por grado ya sea por fuerza, para que el poder del emperador sea estable. Así, por ejemplo, Otón puede jugar la carta de la legitimidad porque su golpe se produce en la Urbe -sede no sólo de la legitimidad, sino también de la soberanía romana- y lo sanciona el Senado (aunque sea a la fuerza); de hecho, eso le basta para retener, al menos en un primer momento, la lealtad de la mayoría de las provincias, como indica Tácito: "Las provincias alejadas y los ejércitos que están separados por el mar permanecían en manos de Otón; y no por afición a su partido, sino porque tenían gran peso el nombre de la Urbe y el prestigio del senado" (30); hasta cierto punto, aquí se indica que la soberanía reside en la Urbe y la legitimidad en el Senado, el poder puede existir, cierto, fuera de la Urbe y sin la sanción del Senado, pero es un poder que ni es soberano ni es legítimo, y en consecuencia -mientras no tenga ni una ni otra cosa- es débil.

La soberanía, propiamente dicha, reside en el pueblo y el senado de Roma; es decir, reside conjuntamente en los dos elementos sociales que componen la ciudad de Roma (obviamente, los esclavos y libertos no cuentan); así, en teoría "Pueblo y Senado constituyen dos instancias diferentes. En tiempo normal, el segundo dirige los asuntos con toda independencia sin tener, en principio, necesidad de la sanción popular. Pero si el pueblo, advertido por sus jefes -que son senadores también-, se opone a una decisión de los Padres, éstos tienen que ceder" (31), este es el funcionamiento teórico del Estado romano en época republicana, pero, es también algo más, es la definición de la soberanía romana: ésta reside tanto en la maiestas del pueblo como en el prestgio y la auctoritas del Senado; y si bien el poder político -en el siglo I- ya hace mucho tiempo que no reside en manos de unos y otros -sino en manos del emperador y, en cualquier caso, del ejército-  quienes lo detentan si opinan que la soberanía sigue intacta en manos del Senado y Pueblo de Roma. A esa soberanía apelan constantemente y a la legitimidad que de ella se deriva (y que cada vez se entiende más como propia del Senado, más que del Pueblo). Así cuando las legiones germánicas rechazan a Galba y juran lealtad al Senado y Pueblo de Roma, lo que buscan, principalmente, es una legitimación, una justificación, a su rebelión, y lo hacen apelando a los depositarios auténticos -por decirlo así: "a la fuente primigenía del poder"- de la soberanía romana, apelan a una maiestas superior a la del propio emperador.

Por lo que se refiere a la legitimidad, ésta se va identificando cada vez más con el Senado, este último se convierte en auténtico depositario de la legitimidad (por encima del pueblo), y este hecho, curiosamente, queda magnificado por la crisis política (en la que el apoyo popular, muy identificado con Nerón, queda relativamente desprestigiado); así aparece en el discurso de Otón -representante de la corriente neroniana, aunque aquí cabe dudar de la veracidad del discurso, sospechosamente pro-senatorial-, cuando para evitar que los pretorianos agredan a los senadores dice: "¿Acaso algún hijo de Italia y la juventud verdaderamente romana exigirían la sangre y la aniquilación de un estamento con cuyo esplendor y gloria dejamos en la sombra la sordidez y la falta de brillo del partido viteliano? Vitelio se ha hecho con algunos pueblos extraños, tiene una apariencia de ejército, pero el senado está con nosotros. Así resulta que de este lado está la república y de aquél los enemigos de la república...la permanencia del estado, la paz de los pueblos y vuestra seguridad, junto con la mía, están asentadas en la integridad del senado" (32); es decir, que la legitimidad se encuentra en el senado (e incluso de este discurso se deriva que el propio estado), y que a su sanción se ha de recurrir -aunque sea forzada- para que un gobierno sea legal -no lo sea sólo de facto sino también de iure-.

Vespasiano también busca la legitimidad para su causa, así niega la legitimidad de Vitelio -su pronunciamiento es puramente provincial y la aceptación del Senado forzada-, se olvida de la legitimidad otoniana  -fue un gobierno "neroniano", también fuerza la aceptación senatorial, no obstante, su ascensión al trono tuvo una "semi-legitimidad", pues si que gozaba de la legitimidad de la Urbe (la legalidad reside en Roma, y Otón se apoya en el pueblo de Roma y en las cohortes pretorianes), pero no de la senatorial-. En definitiva, considera que tanto Otón como Vitelio "pretendían apoderarse del estado romano en lucha criminal" (33).

A partir de ahí Vespasiano se presenta como restaurador del orden y defensor del Senado, puesto que si unos criminales tratan de apoderarse del Estado, cabe perfectamente argumentar la necesidad de una situación de "senatus consultum ultimum", se argumenta la necesidad de la salvación urgente de la "res publica" y, desde luego, los ciudadanos que la atacan -los "criminales"- pierden sus derechos y se transforman en "hostis" -dentro del más puro espíritu del "senatus consultum ultimum"-; además una tal argumentación de la legitimidad es, forzosamente, halagadora para la el Senado, pues le viene a reconocer depositario de la legalidad y del propio Estado.
           
Vespasiano, a través de esa línea, es el defensor de la legitimidad senatorial, cuyo último representante fue Galba; así aparece en Tácito (en el discurso de Muciano), cuando dice que Vespasiano cedió "ante las efigies de los antepasados de Galba" (34), es decir, éste es el último emperador que Vespasiano considera legítimo; la misma actitud denotan sus tropas en Italia cuando se dice que "Antonio dio orden de que en todos los municipios se repusieran las estatuas de Galba derribadas en las turbulencias de los tiempos, pensando que era algo honroso para la causa si se creía que les agradaba el principado de Galba y que reverdecía su partido" (35). Como defensor de la legalidad es, también, un restaurador de la misma y, ciertamente, la legalidad ha de referirse al último sistema legal establecido -que no es el neroniano, pues este emperador intento conculcarlo, ni tampoco el de quienes imitan la línea política de Nerón-, en otras palabras: se trata del sistema augusteo, del principado tal y como lo concibió éste. Así, Vespasiano, pone en funcionamiento nuevamente el principado, lo perfecciona (crea una nueva administración para el Imperio, en la que no deja de lado a los senadores), y él mismo aparece en todo como un segundo Augusto, incluso en la creación de una nueva dinastía: la suya.
           
De hecho, parte de la política que seguirá Vespasiano aparece incluso durante la guerra civil, Tácito indica que: "Premió a muchos con prefecturas y procuradurías, y a muchos otros los honró con el rango senatorial; eran hombres excelentes, que luego alcanzaron las más altas cimas, si bien a algunos su fortuna les sirvió en lugar de sus virtudes" (36); con esas medidas Vespasiano introduce a su propia gente -además de conseguir recursos económicos de algunos de ellos- en el Senado y en los cargos de la administración; esencialmente consigue dos cosas, sitúa responsabilidades públicas -da contenido al cursus honorum- en manos del Senado (con lo cual lo atrae a su causa), pero coloca en este Senado a personas de su confianza, en otras palabras: honra a la institución senatorial pero se asegura de su lealtad. Para Vespasiano, así, el Senado no solamente es la fuente de la legitimidad de su gobierno sino que, también, es un instrumento del mismo.


Jorge Romero Gil


Bibliografía

Auguet Roland, Crueldad y civilización: los juegos romanos, Ed. Orbis,  Barcelona, 1985

Dupla Ansuategui, Antonio, Videant consules, Ed. Universidad de Zaragoza,  Zaragoza, 1990.

Grimal, Pierre, El helenismo y el auge de Roma, Historia Universal Siglo XXI, vol. 6, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987.

Kovaliov, S.I., Historia de Roma, vol. II, Ed. Sarpe, Madrid, 1985

Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Ed. Iberia, Barcelona, 1986

Tácito, Cayo Cornelio, Historias, Ed. Akal, Madrid, 1990

Notas

(19)     Tácito, Cayo Cornelio, Historias, I.55, pág. 76.
(20)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.55, pág. 77.
(21)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.11, pág. 111-112.
(22)     ibidem, pág. 150.
(23)     ibidem, pág. 148.
(24)     ibidem, pág. 166.
(25)     ibidem, pág. 163.
(26)     Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, A. Vitelio, XV, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 294.
(27)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.97, pág. 167-168.
(28)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.16, pág. 49.
(29)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.77, pág. 154.
(30)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.76, pág. 90.
(31)     Grimal, Pierre, El helenismo y el auge de Roma, Historia Universal Siglo XXI, vol. 6, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987, pág. 297-298.
(32)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.84, pág. 96.
(33)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., II.6, pág. 108.
(34)     ibidem, pág. 153.
(35)     Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., III.7, pág. 176.



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