Aquí se hablará de movimientos sociales en la metrópoli, porque este es el tema de fondo, tanto del asunto puntual -la insurrección de la Nika-, como del papel que la conciencia -y hasta se diría concienciación- social juega en el ámbito urbano.
Y éste es también el tema que se tratará aquí, pues se hablara de un movimiento social (si bien, no muy actual, hay que reconocerlo) que surgirá del pueblo (pese a todos los pesares, y pese a todos los intentos de manipulación) y cuya principal característica, políticamente hablando, será la de ser un contrapoder (es decir, estar en “contra” del poder) y enfrentarse -para derribarlo- al poder establecido; curiosamente, ese contrapoder, siempre se mantuvo en su papel, no intentó convertirse en poder establecido: intentó derrocarlo y sustituirlo por otro que no era las mismas facciones del hipódromo (si bien seguían reservándose su papel de contrapoder y su derecho a derribar el gobierno, en cualquier momento, y a escoger otro), en otras palabras, el marco de actuación de ese movimiento es el presente y los problemas del presente, no pretende crear un futuro feliz, sino un presente aceptable y vivir en él.
Una variedad de elementos
Surgirán también otros elementos como las señas de identidad (los signos distintivos, las “tribus urbanas”, cuya identidad y cuya apariencia, como signo, responde a unas motivaciones concretas y emiten un mensaje concreto, en este caso de oposición al poder), las identidades forzadas e incluso los problemas de identidad (desde los transfugas hasta el emperador, que no sabe muy bien quién es: si un emperador azul o un emperador de los romanos, si un emperador paternalista o un tirano; de hecho, no sabe tampoco si vive en el pasado o en el presente), elementos que entran dentro de la problemática de los movimientos sociales (y también en otras problemáticas).
Se tratará de un movimiento social, pero además urbano (e incluso metropolitano, pues Constantinopla en esos momentos no puede ser considerada otra cosa que la metrópoli por excelencia, pues es la madre y la medida de toda ciudad); en efecto, el movimiento representado por los partidos circenses sólo cabe en un marco urbano y en una sociedad urbana, en la cual la idea de ciudad, la idea de civitas, es la que organiza no sólo la división administrativa del territorio, sino toda la vida de dicha sociedad (por decirlo así, su “alma” es urbana); el “ciudadano” (como ente jurídico-político) es un ciudadano porque esta ligado a una ciudad (pertenece a ella, esta vinculado a ella) resida en una ciudad o en otra, en la urbe o el campo, su origen (el ámbito que lo crea) es la ciudad, la conciencia política que imprime la civitas; esa es la esencia de la sociedad romana.
Objetividad y subjetividad
Hablemos ahora de la objetividad y de la subjetividad, este trabajo no pretende ser objetivo, en realidad ningún trabajo con fondo histórico puede serlo (y casi me sentiría tentado a decir que ningún tipo de trabajo puede serlo, se puede intentar, claro, pero es difícil lograrlo), sin duda existen las cuestiones de conciencia, “las grandes pretensiones” (la búsqueda de la objetividad científica o, por el contrario, una investigación militante; la ciencia aséptica o antiséptica o, bien, la ciencia comprometida), que ciertamente son válidas pero que, a su vez, no invalidan otros factores más triviales, como la pura y simple subjetividad personal, la pura y simple antipatía o simpatía hacia un tema, hacia un período o hacía una sociedad. Insisto, fuera de los grandes marcos, éste es un factor importante a la hora de abordar un tema de estudio -se puede ser igualmente riguroso, pero, puede ser un rigor enfocado hacia la crítica más feroz o hacia la justificación, incluso hacia la admiración-, la antipatía o la simpatía, uno se encuentra con renombrados especialistas, pongamos por ejemplo, en la historia de Roma. Pues bien, invariablemente aparecen dos posturas: los que sienten simpatía hacia los antiguos romanos y los que sienten antipatía hacia los mismos (naturalmente, estos sentimientos, aparecen mezclados entre cualquier tipo de postura “historiográfica”: marxista, objetivista, liberal, cristiana...).
A veces parece como si lo principal fuera defender a “sus romanos” (propagadores de la civilización, fundadores del derecho...) o bien denostar “a los viles romanos” (por paganos o por imperialistas, o por cualquier otro motivo). En este punto haré una primera confesión, yo siento cierta simpatía hacia los antiguos romanos (si bien, me parece una estupidez defenderlos a cualquier precio, al fin y al cabo...están muertos), no puedo evitarlo.
A veces parece como si lo principal fuera defender a “sus romanos” (propagadores de la civilización, fundadores del derecho...) o bien denostar “a los viles romanos” (por paganos o por imperialistas, o por cualquier otro motivo). En este punto haré una primera confesión, yo siento cierta simpatía hacia los antiguos romanos (si bien, me parece una estupidez defenderlos a cualquier precio, al fin y al cabo...están muertos), no puedo evitarlo.
Por extensión, siento también simpatía hacia los “post-romanos” o tardorromanos (más conocidos por bizantinos [1], incidentalmente me parece delicioso el que se llame a alguien por un nombre que nunca utilizó y por el cual jamás se hubiera reconocido a sí mismo; de hecho, en lugar de hablar de bizantinos se podría hablar de “los innombrables”, pues nadie parece capaz de llamarlos por su verdadero nombre: romanos), siento también simpatía hacia el presente tema y sus protagonistas: siento simpatía hacia el Circo y sus carreras (con su doble lenguaje y su significado), hacia los Verdes y los Azules (el demos) que intentan la revolución, hacia el Senado que representa un papel muy propio del Senado (es decir, se mantiene al pairo y al final se equivoca) e incluso hacia el mismo emperador Justiniano (empeñado en restaurar el pasado, lo que no deja de resultar más o menos romántico, eso sí lo que ya no es tan romántico es que ese intento le lleva a...arruinar su presente; claro que, por otro lado, también se puede arruinar el presente hablando de futuro, sobran ejemplos de ello -incluso cercanos- en la actualidad), sé que es irracional, pero no puedo evitarlo.
Tal vez, y haciendo un poco de psicoanálisis, la respuesta a este sentimiento se encuentre en la infancia, sin ir más lejos en los “cómics” de Asterix, no eran los galos quienes me caían bien, eran los romanos, sencillamente porque me parecía bastante irónico que siendo siempre los aparentes vencedores -quienes partían mejor colocados, a fin de cuentas habían conquistado la Galia- eran los invariables perdedores, los que “siempre recibían las tortas”.
La insurrección de la Nika
Las fuentes documentales
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Finalmente cabe hacer una cierta referencia a las fuentes; la fuente principal es el historiador Procopio de Cesarea (existen otras fuentes secundarias, utilizadas aquí en menor medida), en general el relato de Procopio es considerado bastante fiable (dentro de unas ciertas prevenciones, que ya se exponen a lo largo del trabajo), tiene, eso sí, un ligero inconveniente: su autor es tendencioso; no obstante, las líneas maestras -por lo que se refiere a la exposición de los acontecimientos, a su pauta- se pueden considerar verídicas. Respecto a lo escasez de la utilización de otras fuentes, existen varios motivos para ello, en primer lugar, Procopio es quién ofrece el retrato más detallado de la insurrección y de las facciones del hipódromo, en segundo lugar, si a veces es difícil conseguir el texto de Procopio (siendo el autor más conocido, por ejemplo, la versión francesa de la Anekdota que aquí se utiliza es la segunda versión de dicho texto en francés, la primera después de la de Ernest Renan de 1856) mucho más lo es conseguir los de autores más “secundarios”, así de los textos de Juan Lido, Mario Aventicenses o Juan Zonaras sólo se han consultado fragmentariamente o por segundas versiones (citas de sus textos en obras de investigadores, etc.). Igualmente se ha recurrido, para determinados puntos del texto, a fuentes romanas del Alto Imperio (Tácito y Suetonio, básicamente) y a algunas otras de los siglos III y IV (Herodiano y la Historia Augusta).
[1] Según Michael McCormiick se trata de una convención: “De hecho, <<Bizancio>> y <<bizantino>> son convenciones de los estudiosos modernos, una forma que designa abreviadamente la supervivencia milenaria del Imperio romano” (M. McCormik, El emperador, en “El hombre bizantino”, Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1994, pág. 290-291); ahora bien, se trata de una convención sospechosa, pues recuerda mucho cierta contrapropaganda realizada durante la Edad Media, por los emperadores germanos del Sacro Imperio, contra el Imperio de Oriente, al que denominaban “Imperio griego” y a su emperador “rey de los griegos”, sencillamente porque sólo negándoles la calidad de romanos podían considerar que su propio Imperio era legítimo (pues consideraban, oficialmente, que el Sacro Imperio Romano Germánico era la única continuación legal del Imperio Romano); si la costumbre de referirse a los romanos de oriente por bizantinos proviene de aquí sería un caso de notable éxito de una propaganda política (cuando menos, sería duradero).
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