Como ya se ha indicado anteriormente, la solución política que se impone en esta crisis, la representada por Vespasiano, no es otra que la vuelta a las raíces del sistema del principado, la vuelta a Augusto (si bien, perfeccionando su sistema); esta vuelta implica también una solución dinástica (no se trata de un principado adoptivo y, por tanto, en cierta medida electivo, sino de uno que se transmite por la sangre) a la crisis, y una baza importante en favor de Vespasiano -en esa solución- la juega su presentación formando "tándem" (hasta cierto punto) con Tito; así Vespasiano presenta la idea de una solución dinástica, pero con una dinastía ya formada y que ofrece visibles garantías de continuidad y estabilidad, esto queda claro, también, en el siguiente pasaje de Suetonio, cuando Vespasiano declara ante el Senado "que tendría por sucesores a sus hijos o a nadie" (67) ; por ello, se puede considerar que tanto Vespasiano como Tito comparten el triunfo de su línea política -el uno representa la garantía del gobierno presente, el otro la solidez en la continuidad y la estabilidad en el gobierno futuro-.
Los triunfadores de la crisis: Vespasiano y Tito
Además el prestigio de Tito, por sí mismo, era ya notable, como indica Tácito, los rumores de una adopción de Tito por Galba eran reforzados por el carisma del candidato: "daban mayor aliento a los comentarios el talento del propio Tito, a la altura de cualquier cargo por alto que fuera" (68); además Tito tiene ya una carrera militar y política a sus espaldas que le avala suficientemente: "sirvió como tribuno militar en la Germania y la Bretaña, con tanta modestia como distinción, atestiguando suficientemente sus hazañas el inmenso número de estatuas de todos los tamaños que le erigieron estas provincias y las inscripciones que figuran en ellas. Terminadas sus campañas se dedicó al Foro, en el cual brilló más por su rectitud que por su asiduidad"..."Colocado después de su pretura al frente de una legión, se apoderó de Tariquea y de Gamala, las dos plazas más fuertes de la Judea; en una de las batallas en que tomó parte le mataron el caballo, montando en el acto el de un soldado que acababa de caer muerto luchando a su lado, y continuó combatiendo" (69); todo lo anterior respalda a Tito no tanto como una esperanza de futuro sino como una promesa -ya hecha realidad- de la continuidad en el futuro de la línea política de Vespasiano.
Un "tándem" político
Además, el carácter de "tándem" de la pareja Vespasiano-Tito, aparece muy claramente en Suetonio, en primer lugar en el siguiente pasaje, que muestra como Tito comparte el gobierno del Imperio con su padre: "compartió el poder supremo y fue como el tutor del Imperio. Celebró el triunfo con su padre y con él ejerció la censura. Fue también colega suyo en el poder tribunicio y en siete consulados. Quedó encargado del cuidado de casi todos los negocios y dictaba las cartas a nombre de su padre, redactando los edictos y leyendo los discursos del emperador al Senado en vez de hacerlo el cuestor, siendo, asimismo, prefecto del Pretorio" (70), aquí se observa -perfectamente- como Tito ejerce el poder, practicamente como colega, con Vespasiano, no obstante, el papel de Tito es más bien el de "brazo ejecutivo" de Vespasiano, una especie de "primer ministro", papel éste que se observa muy bien al adoptar las funciones del prefecto del Pretorio -queda claro, pues, que el emperador es Vespasiano, y que Tito es su hombre de confianza y su evidente sucesor-, además, una vez que Vespasiano se encuentra en el trono, Tito se encarga de realizar el "trabajo sucio" que se considera necesario pero que hubiese manchado al emperador si hubiese sido éste el encargado de ordenarlo directamente, por de cirlo así, Tito ejerce de "malo" del tándem: "se mostró duro y violento; haciendo perecer sin vacilar a cuantos le eran sospechosos, apostando en el teatro y en los campos gentes que, como a nombre de todos, pedían en voz alta su castigo. Citaré entre todos al consular A. Cecina, a quien había invitado a cenar, y al cual, apenas salido del comedor, se le dio muerte por orden suya. Verdad es que Tito había cogido, escrita de su puño, una proclama dirigida a los soldados y que el peligro era inminente. No obstante, semejante conducta, asegurándole el porvenir, le hizo odioso en el presente; de suerte que pocos príncipes han llegado al trono con tan pésima reputación y tan señalada hostilidad por parte del pueblo" (71); resulta obvio aquí que función ejerce Tito: vela por la seguridad del gobierno de su padre, tomando las medidas más drásticas -cuando son precisas- y dejando claro a posibles enemigos que no pueden esperar ningún tipo de miramiento -ni siquiera procesos formales contra ellos, se recurre simplemente a la eliminación del problema-. Este tipo de medidas no las podía adoptar Vespasiano, pues el emperador hubiera aparecido no como un segundo Augusto sino como un personaje sanguinario que no vacilaba en mancharse las manos con el asesinato a la menor sospecha de amenaza, necesitaba a alguién que realizase ese trabajo, y ese alguién es Tito. Por todo ello a la pareja Vespasiano-Tito se les puede considerar como un tándem y como, al menos en parte, las dos caras de un mismo gobierno.
La restauración del Principado
La capacidad de Vespasiano para llevar adelante su política de restauración del principado, de jugar el papel de Augusto, se muestra rapidamente como más que notable, brillante; así al tiempo que le otorga mayor participación en los asuntos públicos introduce cambios en el Senado, al nombrar senadores a numerosos provinciales, con esta medida logra diversos objetivos: dignifica la labor del Senado, aparece como el renovador del mismo (pues había quedado notablemente diezmado debido a las guerras civiles y a los procesos políticos, sobre todo entre los miembros de las grandes familias, que obviamente se consideraban dignos del Imperio), nombra a nuevos miembros entre personas de su confianza que, además, son provinciales -con lo cual reconoce formalmente el papel de las provincias en el Imperio, que el estado no es sólo Roma o Italia sino el conjunto del Imperio, y hace participar así a éste en la administración central, asumiendo responsabilidades justo en el estamento que mayor prestigio podía proporcionarles: el Senado-. Con todo ello se consolida la conciencia de estado romano que ya había aparecido en las provincias, ya que todo el Imperio -no únicamente Italia- es el Estado la buena administración se ha de generalizar al conjunto del Imperio, y este conjunto ha de participar -en contrapartida- al sostenimiento y la gobernabilidad del Estado. En la misma línea se han de entender medidas como la concesión del "ius latii" a numerosos municipios, es una forma de unficar la administración -y dar capacidad a la administración imperial para intervenir en el interior de esos municipios- y eliminar localismos administrativos, además de obtenerse mayor número de ciudadanos. Estas reformas y este espíritu -de la grandeza de la idea de Estado y del principado que lo represente- quedan claramente reflejados en numerosas ciudades en los planes urbanísticos de las mismas, en las reformas urbanísticas de las mismas, así los foros se reforman enfocando sobre ellos "el esplendor imperial" y la nueva situación jurídica de esos municipios -que a veces los lleva a la ruina, pues muchos de ellos no tienen la capacidad económica suficiente para soportar las nuevas cargas-. Además con la extensión del "ius latii" se consigue no sólo unificar la administración, sino aumentar también los recursos fiscales, ahora -en las nuevas colonias y municipios- se grava la propiedad, el derecho de las tierras, la fortuna personal, el derecho de herencia (XX hereditarium), la manumisión de esclavos (XX libertatis), las fortunas sin herederos (vacantia), las celebraciones militares (aurum coronarium), los portaria comerciales o impuestos de paso y gravamenes sobre las ventas de productos (centessima rerum venalicum) o de esclavos (quinta et vicessima venalium manciporum), etc. Así, las reformas de las estructuras del Estado se acometen desde el Senado (con su renovación), la administración (eliminando intermediarios, colocando en ella a senadores y caballeros, volviendola más eficaz) o la política fiscal (tendente a aumentar los ingresos del Estado). En cuanto a política de defensa, es a partir de entonces cuando se crea la idea de una frontera fija -la idea de "limes"- y, en consecuencia, se acomente una reorganización del ejército en esa dirección.
El modelo de Augusto
La habilidad de Vespasiano al escoger el modelo de Augusto es evidente, igualmente, en el hecho de que, como éste, quiere atraerse por igual el apoyo del Senado y del Pueblo, una de las medidas de Vespasiano ejemplifica perfectamente esta política, se trata de la construcción del anfiteatro flavio (el Coliseo), de ella habla Suetonio cuando dice que Vespasiano "mandó levantar un anfiteatro en medio de Roma, según los planos que había dejado Augusto" (72), además dicho anfiteatro se construye en parte de los terrenos que había ocupado la Domus Aurea de Nerón, con todo ello Vespasiano logra varias cosas al mismo tiempo, por un lado realiza un gesto que -forzosamente- debía resultar agradable al Senado (al derribar la Domus Aurea de Nerón, de paso muestra claramente que su política no es en absoluto neroniana), por otro lado realiza un gesto agradable al pueblo (pues realiza la construcción de un anfiteatro) y, finalmente, lo que hace es llevar a la práctica la realización de un proyecto del propio Augusto (medida que debía agradar tanto al Pueblo como al Senado), lo cual simboliza perfectamente quién es el modelo de Vespasiano: Augusto, y quién pretende ser Vespasiano: un segundo Augusto.
Jorge Romero Gil
Bibliografía
Garland, Y., La guerre dans l'antiqueté, París, 1972.
Grant, M., The army of the caesars, Londres, 1974.
Kovaliov, S.I., Historia de Roma, vol. II, Ed. Sarpe, Madrid, 1985
Le Roux, Patrick, L'armée romaine et l'organisation des provinces ibériques: d'Auguste a l'invasion.
Marin y Peña, Instituciones militares romanas, Madrid, 1956.
Parker, H.M.D.: The roman legions, Cambridge, 1958.
Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Ed. Iberia, Barcelona, 1986
Tácito, Cayo Cornelio, Historias, Ed. Akal, Madrid, 1990
Warry, J., Histoire des guerres de l'antiquité, Bruselas, 1981.
Watson, G.R., The roman soldier, Londres, 1969.
Webster, Graham, The roman imperial army, Ed. A & C. Black, Londres,1969.
Notas
(67) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Tito Flavio Vespasiano, XXV, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 312.
(68) Tácito, Cayo Cornelio, Historias., II.1, pág. 104.
(69) Suestonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Tito Flavio, IV. Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 314.
(70) ibidem, pág. 315.
(71) ibidem, pág. 315-316.
(72) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Tito Flavio Vespasiano, IX, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 305.
No hay comentarios:
Publicar un comentario