lunes, 19 de diciembre de 2011

El establecimiento de la dinastía Flavia: la crisis del 69 (II)



Los acontecimientos que desembocan en la muerte de Nerón son, de hecho, el prolegómeno de la auténtica lucha por la sucesión; sucesión que implica no sólo un cambio de persona sino también la asunción de una u otra línea política, de un sistema de gobierno determinado.

La lucha por la sucesión (el año de los cuatro emperadores)

La sublevación de Vindex en la Galia Lugdunense es el precedente inmediato de la crisis política, si se quiere es el elemento que la desencadena, pero no es propiamente parte de la misma. Esto es así debido a diversas circunstancias: Nerón aún continua en el trono (sera la defección de Galba, no la de Vindex, la que precipita su caída), Vindex es derrotado por tropas fieles a Nerón (si bien, tan solo relativamente fieles, pues las tropas de Germania superior ofrecen el trono a Virginio Rufo...), y -sobre todo- la sublevación de Vindex se realiza "bajo la bandera de restauración de la república" (5).

Es decir, queda relativamente fuera del marco político en el que se moverá la auténtica lucha por la sucesión, que siempre girara alrededor de un candidato al trono y de un programa político respecto a ese trono, pero que no pone en cuestión, ni lejanamente, la existencia de un príncipe, no pone en cuestión, en palabras de Tácito, la necesidad "de que todo el poder se concentrase en un solo hombre" (6).

Por todo ello, puede considerarse que solo es a partir de la sublevación de Galba (en principio coordinada con la de Vindex), de la aceptación de éste como emperador y de la muerte de Nerón cuando se desencadena la crisis del 69, como tal, y a partir de ahí comenzaran los acontecimientos del "año de los cuatro emperadores" y una enconada lucha por el poder.

La guerra civil del 69 (desarrollo de los acontecimientos).
           
La guerra civil (y el inicio de la crisis) del año 69 comienza cuando las legiones de Germania Superior se niegan a renovar su juramento de fidelidad a Galba (1 de enero del 69), y solicitan al Senado y al pueblo un nuevo emperador. El asesinato de Galba a instancias de Otón, la proclamación de Vitelio por las tropas de Germania Inferior y la de Vespasiano por las legiones orientales (más tardía), significan la guerra civil propiamente dicha (ya que la sucesión de Nerón, aparentemente, se había solventado con la ascensión al trono de Galba).

El reinado de Galba sería pues anterior a la crisis, si bien tan solo lo es aparentemente, ya que Galba representa en realidad un cierre en falso -aunque tiene, a diferencia de la proclamación de Vitelio y también de la de Otón, el sello de la legitimidad- a la sucesión de Nerón. Por ello el reinado de Galba, forma parte de la crisis por la sucesión (si bien, no de la guerra civil), de la crisis del sistema político,  y por ello es preciso referirse a él antes de tratar los acontecimientos político-bélicos del año 69.

Una sucesión legítima

Galba accede al trono, tras la muerte de Nerón, en el verano del 68; su proclamación como emperador en la Tarraconense es rápidamente sancionada por el Senado, y los otros posibles rivales del momento (Nimfidio Sabino, Fonteyo Capito y Clodio Macer) son eliminados, así todo parecía indicar que la crisis del sistema quedaba cerrada y que, institucionalmente, todo quedaba resuelto; en ese sentido se puede considerar la autoridad de Galba como la "legitima" tras Nerón (y por ello a Otón y Vitelio como usurpadores; cosa que así entenderá Vespasiano).

Es importante señalar ese carácter de legalidad, de legitimidad, del acceso de Galba al trono, cierto que se inicia como un pronunciamiento militar -asociado, más o menos, al de Vindex-, pero es a ese pronunciamiento al que el propio Senado recurre tras declarar a Nerón "enemigo público", en definitiva lo sanciona con su autoridad y lo cubre con su legalidad. En cierta medida, en Senado trata de realizar una acción dentro del espíritu del senatus consultum ultimum; es decir, "se trata, en última instancia, de un llamamiento seantorial, formalmente no vinculante, que proporcionan una cobertura política a los magistrados para que restablezcan el orden en el Estado" (7).

Dentro de esta línea se enmarca el apoyo senatorial a Galba, mucho más que dentro del reconocimiento puro y simple del hecho de fuerza que suponen ascensiones al trono como las de Otón y Vitelio; algunos datos parecen indicar tal cosa, en primer lugar el Senado recurre a una fórmula legal para deponer al anterior emperador cuando éste aún vive: "el Senado le había declarado enemigo de la patria, y le hacía buscar para castigarle de acuerdo con las leyes antiguas" (8), esto se realiza antes de la llegada de Galba a Roma (no existe aún, pues, un hecho de fuerza consumado) y , finalmente, da a la proclamación de Galba fuerza legal frente a otros posibles candidatos (Sabino, Macer, etc.). En definitiva, el reinado de Galba es la solución legal adoptada tras el fin de Nerón y la crisis del principado -pues con el fin de la dinastía era posible cuestionar el sistema que ésta había creado-, readaptando este sistema y desvinculándolo de la idea dinástica, de la sucesión hereditaria.

Un cierre provisional y en falso de la crisis sucesoria

Ahora bien, el cierre de la crisis lo es en falso, y lo es en la medida en que Galba no es más que un candidato provisional, no es, por decirlo así, el candidato de "todo el ejército", ni de "todas las provincias" (de las que tienen tropas, se entiende). Así, la "solución senatorial" resulta "floja", pues no se realiza de consenso con los militares -que en esos momentos ya se han dado cuenta de su influencia y su poder en el Estado-; en palabras de Tácito: "El final de Nerón...había suscitado emociones diversas no sólo en la Urbe, entre los senadores, el pueblo o la guarnición urbana, sino también entre todas las legiones y generales, al haberse divulgado un secreto del imperio: el de que se podía hacer a un príncipe en un lugar que no fuera Roma" (9).

Así la solución de Galba, en sí misma, y la adopción de Pisón no son opciones aceptables, y no lo son porque, en el mejor de los casos -y pese a que Galba es aclamado en la Tarraconense- representan una solución "puramente urbana", una solución que implica, básicamente a los senadores, con un entusiasmo tibio a la guarnición urbana -tan tibio como que apoyaran a Otón en su revuelta-, a parte del pueblo -no a todo, es manifiesto el apoyo a la memoria de Nerón y, en cierta medida el respaldo a Otón también sera un apoyo a una línea neroniana-  y se realiza de espaldas a las provincias y al resto del ejército; en ese sentido es necesario hacer una distinción entre la aclamación de Galba en la Tarraconense -y los preparativos que realiza en ella y que describe Suetonio (10)- y su comportamiento una vez reconocido como emperador en Roma; el comportamiento de Galba en la Tarraconense implica una participación expresa de la provincia -se organiza un "Senado provincial", se reclutan tropas, se buscan apoyos y, aparentemente, se alza la bandera de la causa republicana: "Se la saludó emperador, y declaró él no querer ser otra cosa que legado del Senado y pueblo romanos" (11)-, ahora bien, una vez reconocido en la Urbe y, en principio, en el resto del Imperio, la política de Galba es distinta, por una parte hay indicios de que es claramente pro-senatorial -un cierto respeto a las antiguas formas, a las "virtudes republicanas", la elección como sucesor de Pisón, el intento de establecer un sistema adoptivo para la sucesión en el principado, la escasa adulación a las tropas-, eso sí dentro del mantenimiento del principado y abandonando cualquier veleidad republicana -que, significativamente, en ningún caso se producen en la propia Roma-.

Del inicial apoyo provincial tan solo queda el reflejo de algunos colaboradores en la corte -por lo que respecta a Hispania, y una ignorancia total del resto de las provincias -o más concretamente, del resto de los ejércitos provinciales-. Así Galba, el Senado e incluso los propios pretorianos, cometen el error de creer que la política se sigue resolviendo como desde Augusto a Nerón: en la Urbe. Error que le costará a Galba el trono y la vida, al Senado el intento de instaurar un principado adoptivo (bajo su legalidad), a los pretorianos su influencia política y al Estado una guerra civil.

Galba es contestado por parte de los ejércitos provinciales (Vitelio se subleva contra Galba, no contra Otón) y por los propios pretorianos (que apoyan a Otón, y con él a una cierta política neroniana); el resultado de lo anterior es que no será la "solución Galba" la salida a la crisis -no se establece ningún sistema de sucesión adoptiva-, sino que se adoptara una solución "augustea" y dinástica (con Vespasiano y los Flavios).
           
La sucesión de acontecimientos durante el año 69 se inicia con la negativa de las legiones germánicas a renovar su juramento de fidelidad a Galba, en primera instancia adoptando incluso la causa republicana, hecho rápidamente aprovechado por Aulo Vitelio -a instancias de sus lugartenientes Alieno Cécina y Fabio Valente- que ostentaba el mando de la Germania Inferior -al parecer por considerarsele un individuo inofensivo, en palabras de Galba: "no hay gentes menos peligrosas que las que sólo piensan en comer y que Vitelio necesitaba las riquezas de una provincia para satisfacer su insaciable glotonería" (12)- para ofrecerse a las legiones como príncipe.

Reacciones neronianas

Así la sublevación de Vitelio se produce contra Galba y no contra Otón -que en esos momentos todavía no se había hecho con el poder-; naturalmente eso implicaba también destrozar la aparente "solución legal" adoptada tras la destitución y muerte de Nerón, Vitelio -sin lugar a dudas- se salta completamente la legalidad y recurre al puro hecho de fuerza, al golpe de estado. Parece ofrecer pocas dudas, también, el hecho de que Vitelio no es el alma de la sublevación sino el "hombre de paja" de Valente y Cécina: "de una ambición desmedida y temeridad sobresaliente eran los legados de las legiones Alieno Cécina y Fabio Valente. Valente...instigaba a Vitelio poniéndole ante los ojos el ardor de los soldados" (13). Estos legados son el auténtico motor de la rebelión, en ellos aparecen rastros del descontento de los ejércitos provinciales y sus mandos por la indiferencia de Galba (caso de Valente) y elementos pro-neronianos (caso de Cécina); a Germania se sumaran España, Britania y Galia (si bien ésta con aparentes presiones) en favor de Vitelio.

Por su parte la rebelión de Otón en Roma representa, en realidad, la baza de los pretorianos; éstos se consideran ignorados por Galba y el Senado, políticamente actúan en la misma línea que en tiempos de la sucesión de Calígula: es el ejército de la ciudad quien asume la responsabilidad de nombrar o respaldar a un emperador; y, además, parten de la base -y en ésto coinciden con el Senado- que la figura del emperador se define en la ciudad de Roma y es a las fuerzas políticas de esa ciudad (pretorianos y cohortes urbanas, Senado, pueblo) a las que corresponde la elección -o defenestración- del príncipe, ya sea por consenso, ya sea por imposición de unas sobre otras; en definitiva, parten de la idea que la legalidad, la legitimidad en la soberanía, sólo reside en Roma.

En cuanto a Otón, en su figura aparecen ciertos "tintes neronianos", desde la misma descripción de su carácter -tanto en Tácito como en Suetonio-, donde se le prodigan todo tipo de vicios -siempre con la coletilla de ambicionar los excesos de la corte neroniana-, hasta la descripción por Suetonio de una de sus primeras acciones políticas: "entre las felicitaciones y alabanzas que le prodigaban, oyóse a la plebe llamarle Nerón, sin que él diese muestras de disgusto; se dice incluso que añadió este nombre al suyo en los primeros diplomas y en las primeras cartas que escribió a los gobernadores de las provincias. Lo cierto es que permitió restablecer las estatuas de este emperador; que repuso en sus cargos a sus intendentes y libertos y que el primer uso que hizo de su autoridad fue dedicar cincuenta millones de sestercios a la terminación de la Casa de Oro" (14).

Aquí se ve, de paso, como la política neroniana se apoyaba en la plebe ("oyóse a la plebe llamarle Nerón") y como se identifica a Otón dentro de esa misma línea política, además la administración vuelve a confiarse a los mismos cargos que había nombrado Nerón ("repuso en sus cargos a sus intendentes y libertos"), y en cuanto a sus apoyos militares son tropas cuya lealtad a Nerón o bien era significativa -las tropas de marina, en parte masacradas por Galba, debido a sospechas sobre su lealtad ya que había sido organizada por Nerón: "la legión naval sin dudar un momento se une a los pretorianos" (15)-, o bien su arrepentimiento por abandonar a Nerón y su vinculación de fondo con su causa son claros -esencialmente es el caso de los pretorianos en los cuales: "había calado hondo el ya viejo juramento de fidelidad a los Césares, y que al abandonar a Nerón se había movido por las intrigas y por impulso ajeno más que por propia inclinación" (16)-, e incluso Otón se presenta a estas tropas como neroniano, como indica Tácito: "El favor de los soldados lo había cultivado ya tiempo atrás, con la esperanza puesta en la sucesión o preparando su fechoría, llamando por su nombre a los soldados más veteranos durante el viaje, en la marcha y en las acampadas, y dándoles el tratamiento de camaradas en recuerdo de la escolta de Nerón" (17).

Los restantes elementos militares presentes en la ciudad -y que, tal vez, hubieran podido apoyar a Galba caso de tratarse de un príncipe más popular- se inclinan, de hecho, primero por la inacción y posteriormente, al comprobar la importancia de las tropas de Otón, por reconocer a Otón. En definitiva el golpe de Otón lo que representa, por encima de las motivaciones personales que se le achacan, es una reacción de los elementos pro-neronianos al régimen pro-senatorial de Galba y a la solución política que éste implica.

También puede considerarse, al menos en parte, una reacción pro-neroniana la sublevación de Vitelio, ello puede verse tanto en las tropas que inicialmente se sublevan (las de Germania, que habían sido de las últimas en abandonar a Nerón), en las simpatías de Vitelio hacia la figura de Nerón, en la vinculación política de alguno de sus principales generales (Cécina) y en el hecho de que el mismo Otón trata de llegar a algún tipo de acuerdo con esta rebelión (sin duda, amparándose en la idea de que la auténtica legitimidad la tiene él, ya que su ascenso al trono implica la recuperación de la legitimidad neroniana, la del último César "legal"): "Otón..., propuso al Senado mandar legados a aquellos ejércitos para notificarles que se había elegido un emperador y exhortarlos a la paz  y concordia. Por su parte, mandó correos a Vitelio y le escribió ofreciéndole compartir con él el Imperio y proponiéndose para yerno suyo" (18). Lo cierto es que la ausencia de acuerdo acaba provocando el enfrentamiento entre las fuerzas que protagonizan estas dos "reacciones neronianas", y el resultado de la guerra entre ellas sera el triunfo de la que aparece más envuelta por la aureola de rebelión, de la que en principio es menos legitima (a fin de cuentas, a Otón lo reconocen, en un primer momento, todas las provincias -incluidas las orientales-, excepto las sublevadas con Vitelio).

Una proclamación augustea y “legítima”

Por todo ello, cuando los ejércitos orientales se pronuncian por Vespasiano, y éste se levanta contra Vitelio, puede esgrimir la bandera de la "sucesión legitima" de Galba -de hecho obvia el reinado de Otón y su dudosa legalidad-, y también lo hace así porque Vespasiano no se apoya en ningún momento en elementos pro-neronianos (por tanto sólo reconoce el reinado de Galba), sino en aquellos elementos políticos que se opusieron a Nerón y, entre ellos, busca el apoyo del Senado.

No obstante, Vespasiano no encabeza una solución política en exceso pro-senatorial (una línea política como la de Galba, "al viejo estilo republicano"), sino que lo hace al estilo de Augusto, Vespasiano se presenta al más puro estilo del "primus princeps inter pares", pero siempre dejando bien claro que es el "primus princeps" y que su solución también implica, como lo implicó la de Augusto, el establecimiento de una sucesión dinástica en el trono; en cierta medida, Vespasiano, vuelve a ofrecer al Senado la línea del "senatus consultum ultimum", que sera la que éste adoptara finalmente -y formalmente- tras el triunfo de Vespasiano, y en ese marco Vespasiano se presenta como el restaurador de la legitimidad, como el defensor de la República frente a quienes sólo desean colmar sus ambiciones personales con ella, en definitiva, se presenta como un segundo Augusto. 


Jorge Romero Gil


Bibliografía

Auguet Roland, Crueldad y civilización: los juegos romanos, Ed. Orbis,  Barcelona, 1985

Dupla Ansuategui, Antonio, Videant consules, Ed. Universidad de Zaragoza,  Zaragoza, 1990.

Kovaliov, S.I., Historia de Roma, vol. II, Ed. Sarpe, Madrid, 1985

Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Ed. Iberia, Barcelona, 1986

Tácito, Cayo Cornelio, Historias, Ed. Akal, Madrid, 1990

Notas

(5) Kovaliov, S.I., Historia de Roma, vol. II, Ed. Sarpe, Madrid, 1985, pág. 189.
(6) Tácito, Cayo Cornelio, Historias, I.1; Ed. Akal, Madrid, 1990,  pág. 36.
(7) Dupla Ansuategui, Antonio, Videant Consules, Ed. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1990, pág. 259.
(8) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, Nerón Claudio, LVII, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 256..
(9) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.4, pág. 39.
(10) Suetonio Tranquilo, Cayo, ver: Los doce césares, Servio Sulpicio Galba, IX y X, Ed. Iberia, Barcelona, pág. 266-267.
(11) ibidem, pág. 267.
(12) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, A. Vitelio; VII, Ed.Iberia, Barcelona, 1986, pág. 288.
(13) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.52, pág. 74.
(14) Suetonio Tranquilo, Cayo, Los doce césares, M. Salvio Otón, VII, Ed. Iberia, Barcelona, 1986, pág. 279.
(15) Tácito, Cayo Cornelio, op. cit., I.31, pág. 60.
(16) ibidem, pág. 40.
(17) ibidem, pág. 54.
(18) Suetonio Tranquilo, Cayo, op. cit., pág. 279.



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