jueves, 12 de enero de 2012

Lewis Carroll. El juicio en el reino de los naipes


Comienza propiamente el juicio contra la sota de corazones acusada de haber robado una tarta, el "crimen" puede parecer baladí, pero no lo tomemos a broma, en el mundo subterráneo del reino de los naipes sólo parece haber un tipo de condena: ¡Que le corten la cabeza! Mucho es, pues, lo que se juega la sota de corazones y, bastante, cualquiera de los asistentes al juicio, sea cual sea su función o papel, dado que todos están sometidos al más brutal autoritarismo y a la más completa arbitrariedad.
 

El empleo de la fuerza como recurso de autoridad

Los cuales siguen una lógica: la del imperio de la fuerza -pensemos en los conejillos de indias reprimidos por los ujieres y...como lo son-. Esa es la única base real sobre la que funciona la administración de justicia en el País de las Maravillas, no obstante, y para suerte de sus habitantes y ocasionales visitantes, esa aplicación de sucedáneo de justicia es tan brutal como... ineficaz. Así que la crueldad de ese reino -casi genérica, por otro lado, dado que es extensible a la práctica totalidad de los pobladores del país subterráneo- en cierto modo pasa "desapercibida", por un motivo muy simple: no se puede aplicar.

Pero repetimos lo que ya se dijo, no existe irracionalidad alguna en ese mundo ni en nada de lo que sucede en él, lo que existe es una lógica inversa respecto a nuestro propio mundo, que sigue sus propias pautas internas a las que, inflexiblemente, se ajustan todos sus habitantes.

Curiosamente el elemento más racionalmente parecido a nosotros en ese ambiente no es la protagonista, Alicia, sino el muy enigmático gato de Cheshire, quién, aunque usa y abusa de los sofismas, se mantiene en una línea de razonamiento paralela a la nuestra aunque extravagante, y se aleja un tanto de la lógica inversa y sus antinomias -respecto a la nuestra- del País de las Maravillas.
 

Un caos ordenado

Esa pauta propia y no azarosa -aunque sí caótica, especialmente en su aplicación- se observa ya en las formas procesales. Se ha mencionado en otra parte que el juicio, en realidad, es inquisitorial, como corresponde a un autoritarismo extremo. El juez es juez y fiscal al mismo tiempo, pero, algunas formas -ausentes de contenido...o no- se conservan, así, la institución del jurado -propia de la justicia británica que es el referente comparativo de Dodgson- está presente, sus miembros son doce y su función... ninguna, excepto... tomar acta de todo, absolutamente todo, para empezar de sus nombres para continuar de cualquier cosa que se diga en la sala.

Como comprueba con asombro Alicia al exclamar "¡serán imbéciles!" y ver como sus palabras son transcritas por el jurado en... unas pizarras. Nueva muestra de ineficacia absoluta del autoritarismo absoluto, puesto que resulta imposible dar fe de absolutamente todo lo que se diga con un instrumento como una pizarra, pero eso... es lógico en el sistema propio de ese muy peculiarmente racional mundo.

El pregonero, el conejo blanco, anuncia los cargos -que son una estrofa de una conocida rima infantil inglesa, impresa por primera vez en el siglo XVIII-. Y el rey-juez-fiscal lo primero que hace es pedir el veredicto al jurado, vulnerando el principio de presunción de inocencia, fundamental en cualquier sistema de garantías. Solo es detenido por el pregonero por un motivo puramente formal: no puede acabar un proceso que no ha empezado y, todavía, deben declarar los testigos -aunque tanto dé su testimonio-.
 

Los testigos

Pero el juicio comienza con el desfile de testigos, que corren... los mismos riesgos que el acusado, aunque no sean llamados para responder de ningún delito sino para testificar sobre otro, sin embargo, cualquier falta que cometan tiene la misma invariable amenaza o respuesta: la pena máxima.

El primer testigo es el Sombrerero ¿qué testifica? Pues absolutamente nada relacionado con el supuesto caso, lo que no impide que el testigo este al borde del pánico, parece tener algún motivo, o más de uno puesto que todo castigo es uno y el Sombrero tiene dos motivos para temerlo: su supuesta declaración y algo relacionado con un coro. El nerviosismo del testigo va en aumento, y el rey declara otro de esos postulados propios del dilentantismo moral y del autoritarismo de ese mundo, así el soberano dice:

"-¡Prestad declaración! -le ordenó el Rey-¡Y no os pongáis nervioso o me veré obligado a ejecutaros al instante!"

Declaración que muestra otro absurdo moral y jurídico: castigar como delito lo que no es un acto propio de la voluntad.
 

Autoritarismo

Por lo demás en pleno paroxismo de ejercicio de la fuerza por la fuerza con completa ineficacia desaparece el Sombrerero -eso sí, seguido por el conocido lema "¡que le corten la cabeza!"-, y van desfilando los siguientes testigos todos ellos interrogados arbitraria pero no absurda o irracionalmente por el juez-rey. Todo lo contrario, sigue la muy lógica y racional, aunque cruel, estrategia del dolo, utilizando constantemente la falacia "tu quoque" pero...respecto a testimonios que además dirige y desvía del asunto juzgado:

"Las reglas de la evidencia durante todo el proceso son transgredidas sistemáticamente, ya que cada uno de los testigos es interrogado maliciosamente por el Juez-Rey sobre cuestiones ajenas al caso investigado, de tal forma que ninguna de las respuestas resulta relevante ni conducente al esclarecimiento de los hechos. Sin embargo es rescatable la crítica velada que Lewis Carroll realiza a la forma retórica e insidiosa con que a veces se llevan a cabo los interrogatorios a los testigos y la coacción indirecta del juez para lograr la confesión de la Sota de Corazones, algo que está proscrito ahora en los sistemas acusatorios. Una demostración de los ribetes ridículos del proceso está dibujado en el momento de la presentación de la carta incriminatoria ante la procesada:

“-Con la venia de Vuestra Majestad- dijo entonces la Sota-, yo no he escrito eso, y nadie puede probar lo contrario, puesto que el escrito en cuestión no lleva firma.

-Si no lo habéis firmado vos- declaró el Rey-, eso sólo agrava más vuestro caso, pues entonces no cabe la menor duda de que lo habéis escrito con alguna intención nefanda, ¡de lo contrario, habrías firmado, como toda persona honesta!”

El razonamiento empleado para extraer la evidencia deviene en evidentemente falaz, por cuanto no se puede concluir en la responsabilidad de laSota de Corazones, en base a un anónimo que incluso tiene una redacción tan ambigua y oscura que difícilmente permite incriminar a alguien. Esta secuencia a manera de cajas chinas revela que al gran absurdo del proceso se suman una serie de sin sentidos con la finalidad de crear un mundo maravilloso donde lo irracional adquiera una lógica irreal y alucinante".


(Coaguila Valdivia J.M.: "La justicia absurda de Lewis Carroll")

Si bien lo expuesto por Coaguila en ese pasaje es cierto y sus reflexiones son adecuadas, se debe discrepar acerca de la calificación final de irracional y absurdo del proceso, cierto es que la lógica manejada es alucinante -más que irreal-. Pero es... completamente racional, cruelmente racional. Con la racionalidad propia del ejercicio del autoritarismo -la de la fuerza- y de la pura discrecionalidad y arbitrariedad de quién ejerce el poder, el propio Coaguila lo muestra en otro fragmento de su artículo, dónde también muestra como Carroll indica, en boca d eAlicia, el derecho ciudadano a oponerse y negar la pura discrecionalidad inmotivada de quién tiene el poder -dicho sea de paso, podría extenderse ese ejemplo de arbitrariedad al procedimiento administrativo común, cuya autotutela es en la mayoría de ocasiones una ironía casi tan cruel como las del subterráneo mundo de las Maravillas-:

"Incluso en un determinado instante Alicia cuestiona las leyes y acusa que una ley no es justa si surge de la voluntad caprichosa y absoluta de un Rey, en directa referencia a la Ley de que: “Todas las personas que midan más de una milla de altura habrán de abandonar la sala”, con lo que enuncia casi intuitivamente el Principio de Interdicción de la Arbitrariedad que otorga a las personas el derecho de oponerse a los actos arbitrarios de cualquier índole."
(Coaguila Valdivia J.M.: "La justicia absurda de Lewis Carroll")

Pero la justicia del País de las Maravillas ni es irracional ni es absurda, es muy racional y muy lógica, eso sí, su racionalidad -como toda racionalidad basada en la fureza- es más volitiva que cognitiva -pese a que haga esfuerzos por conservar las formas y, con ello, dotar una apariencia de racionalidad cognitiva de la que...básicamente carece-. No es absurda porque el caos no tiene porque responder al azar, es más lo poco absurdo del fncionamiento del reino de los naipes se demuestra...en su ineficacia. Porque ese pretendido ejercicio del poder con un omnipresente y draconiano castigo -¡que le corten la cabeza!- se revela ineficaz, lo cual es de una lógica muy consecuente en relación a la nuestra, de hecho, sería más antinómico a nuestra lógica que tal sistema deviniese en eficaz.

Con lo cual casi se cierra un círculo dentro de otro o, como dice Coaguila, se nos presenta una situación de cajas chinas: una antinomia dentro de otra antinomia. Es decir, una respuesta fáctica en lógica ajena -la nuestra- a una situación generada y que responde a la lógica propia -la del País de las Maravillas- que, a su vez, difiere de la lógica del mundo del que procede Alicia.

Lógicas antinómicas, racionalidades paralelas, lo muy poco absurdo -el ejercicio de la fuerza no lo es, lo que puede ser es ilegítimo- dentro de un aparente absurdo, antinomias que encierran otras antinomias respecto a su propia antinomia inicial. Es decir o matrioskas o cajas chinas. Así es la justicia del País de las Maravillas pero...porque así es el muy lógico -profundamente lógico- reino de la Reina de Corazones.

¡Que le corten la cabeza!


Mientras el gato de Cheshire se desvanece, eso sí, dejándonos su sonrisa.

Jorge Romero Gil



Bibliografía
 
Carroll, L., Alicia en el País de las Maravillas y A través del Espejo, Ediciones Cátedra, Madrid, 1999

Carroll, L., Alicia en el País de las Maravillas, Edimat Libros, Madrid, 1998
 
Coaguila Valdivia, J.M.,  La Justicia absurda de Lewis Carroll



 

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