martes, 19 de junio de 2012

Ataraxia




La ataraxia es un estado de ánimo –aunque tal vez esto segundo no sea de lo más exacto, pero, coloquialmente puede servir- alcanzado por una persona y, a la vez, es el estado ideal buscado tanto por la Filosofía –tanto por el epicureísmo, como para el estoicisimo y, también, para la “skepsis” y, también, por el estoicismo- como por la Religión –el budismo, si bien cabe preguntarse dónde comienza lo religioso en el budismo y acaba lo filosófico, pero esa es otra cuestión, en este último campo la ataraxia se denomina “upekkha”-en lengua pali-, pero el significado es idéntico, sea en griego sea en pali, ataraxia o “upekkha” significan imperturbabilidad o ecuanimidad.

La ataraxia

Se denomina ataraxia (dἀταραξία) a la "ausencia de turbación". Esta disposición de ánimo es objetivo común en diversas ramas de la filosofía helenista –y también concomitante al budismo-. Con diferentes matices es compartida por los epicúreos, escépticos y estoicos.

La ataraxia se consigue a través de la disminución de pasiones y deseos -no se trata de que estos no se produzcan sino que, sea cual sea su intensidad, no afecten a la imperturbabilidad o ecuanimidad del sujeto, no es, pues, no desear, por ejemplo, sino no dejarse atrapar y condicionar por el deseo, no convertirlo en una dependencia. Ala inversa la ataraxia significa ser capaz de mantener la imperturbabilidad de ánimo frente a lo negativo, frente a la adversidad o tormenta.

Ataraxia, eudaimonia y epicureísmo

Conseguido ese estado estará conseguido el equilibrio, con el vendrá la eudaimonia (felicidad) -que solo será consecuencia del equilibrio no lo que lo proporcione, es más, la eudaimonia puede desaparecer sin necesidad de desaparecer el equilibrio -esto, mucho después, lo definió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer-. La ataraxia es, ante todo, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación a cualquier cosa que nos suceda, externa o interna, la palabra que mejor la define es, sin duda, imperturbabilidad.

No debe confundirse imperturbabilidad con indiferencia, lo primero es poder aguantar los envites de la vida, por ejemplo, con fortaleza de ánimo y sin perturbarse, lo segundo sería algo cercano al fatalismo -si es generalizado- al concepto ruso de "nitchevo" que significa "¿que más da?" o "todo está bien" utilizado para definir situaciones de indiferencia absoluta.

La indiferencia no puede ser sinónimo de imperturbabilidad, ahora, a la inversa, es posible alcanzar la imperturbabilidad y, además, ser indiferente hacia algo, por ejemplo, ante un deseo. Lo que no significa, a su vez, que éste no pueda tenerse, se puede no ser indiferente al deseo o al sufrimiento y seguir en un estado de ataraxia, el matiz está en no ser dependiente del cumplimiento o no de esas expectativas, o del dolor de un sufrimiento.

Si se consigue lo deseado bien, caso contrario... no sucede nada, la ataraxia no se habrá afectado. Si el dolor se asume con fortaleza, tampoco se verá afectada la ataraxia. Pero si cualquiera de esas situaciones provocasen un desasosiego o una turbación- Significaría que, o bien nunca hubo ataraxia en esa persona, o bien está se habrá acabado.

Sucede, también, que no existen estados "parciales o intermedios de ataraxia". La ataraxia -salvando las diferencias, naturalmente- funciona como la idea de muerte que Epicuro explica a Meneceo:

"Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad. Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque, pensando en ella, sienten dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya."

En realidad, lo anterior, es una explicación de Epicuro de lo que es un estado ataráxico, en este caso no centrado en como afrontar el placer sino el temor o aún dolor -sino por algo propio por algo sucedido a un semejante-, Epicuro describe en base a como enfrentar la idea de muerte lo que ha de ser la imperturbabilidad y, también, unas causas concretas de la misma.

Siguiendo igualmente a Epicuro, existen dos tipos de deseos: los naturales y necesarios, que están vinculados con la supervivencia, y los naturales no necesarios, que no son otra cosa que deseos sociales -culturales, políticos, artísticos, etc.-.

La satisfacción de los deseos produce placer, el placer es un estado ajeno al sufrimiento -la idea de dukkha en el budismo, que, literalmente, en pali, significa sufrimiento pero cabe relacionar, incluso etimológicamente con "atadura"-. Para los epicúreos ese placer se relaciona con la eudaimonia, que, sin ser directamente atraxia, conduce a ésta y es manifestación de  ésta, pero...no es imprescindible para el mantenimiento de la misma.

Cuanto más sencillo sea un placer, más fácil será su consecución, menos posibilidades de crear dependencia conllevará -recordemos que el placer no genera por si mismo dependencia o atadura pero "puede" hacerlo- y más posibilidades de generar eudaimonia aportará.

Pero la filosofía del Jardín -forma en la que también se conoce al epicureísmo, por enseñar Epicuro de Samos junto a un jardín que había adquirido- no prohíbe ni condena los placeres intensos, tan solo los considera más susceptibles de afectar a la ataraxia o de evitar que ésta se produzca, en ese sentido puede llamarlos "vanos", dado que pueden hacer peligrar y alejar la ataraxia, pero eso... sigue siendo un condicional.

Si el entregarse a esos placeres no conlleva perturbación ni intranquilidad, por "vanos" que sean, ni conducen a dolor o sufrimiento -por no haberlos conseguido o por haberlos perdido- pues... adelante, pero para eso cada cual debe ser capaz de conocerse a sí mismo, cosa harto difícil, en cualquier caso el placer inicial no puede conducir a un dolor o intranquilidad final, porque eso destruye la ataraxia - de ahí la recomendación de las cosas sencillas.

El epicureísmo entiende que la filosofía es un camino para obtención de la ataraxia, ya que se la considera como, "tranquilidad espiritual", que buscará quién es sabio, distinguiendo, además, los placeres naturales de los que no lo son, inclinándose hacia los primeros y evitando los segundos. Pero, recordemos, que eso es, pura y simplemente...una precaución, no un "mandamiento imperativo".  

Ataraxia y estoicismo

El estoicismo también tiene por objetivo el conseguir la ataraxia, en su caso, la vía para ello, no es el alcance de la eudaimonia a través de los placeres sino, más bien, el conformismo, no es el "nitchevo" o fatalismo del que antes hemos hablado, es, más bien, un camino al estilo de lo postulado por Schopenhauer, que consiste en ponerse en situación de "refugio", de "evitar males o problemas", mucho más que el lograr la "felicidad". Para el estoicismo resulta esencial el acondicionar los deseos propios a los naturales -que, curiosamente, se entienden como racionales-, serían comparables al tipo de deseos propio de los epicúreos: los placeres necesarios.

Solo que el estoicismo no habla de “placer” sino de “virtud”, y postula que lo “virtuoso” es conformarse con aquello imprescindible y necesario, lo que se entiende como “naturalmente racional”, que ese es el medio para asegurar la “tranquilidad de espíritu” que llevará al equilibrio  conducente a la ataraxia.

En ese sentido resultan superfluas cualesquiera preocupaciones externas, dado que son factores incontrolables y, por lo cual, no tiene sentido inquietarse por ellos –un poco de eso hay en la ya tardía “Consolatio Philosophae” de Boecio, obra, curiosamente, bastante poco cristiana-.

El estoicismo, como ya se ha dicho, vela también por lo que puede llamarse “fortaleza de ánimo” para liberarse de los miedos externos pero, también, afrontarlos o, mejor dicho, afrontar su materialización con fortaleza. Fortaleza frente a la adversidad que no se puede controlar, frente al dolor, el destino o la muerte.
En el fondo tanto epicureísmo como estoicismo son formulaciones muy similares –pese a lo que suele pensarse desde su desconocimiento- que por vías similares aunque puntualmente diferentes –diferencias más en la definición morfológica que conceptual, digamos que el “placer” de unos y la “virtud” de otros no coinciden a un nivel de lenguaje objeto, tal vez no lo hagan tampoco a un nivel de “metalenguaje”, y aún aquí cabrían dudas, pero coinciden a nivel “metametalingüístico”. Tan solo hay que comparar la descripción de los “placeres necesarios” de Epicuro con las virtudes del estoicismo, o, en el otro espectro, lo que dice Epicuro sobre el temor a la muerte y al dolor, en su carta a Meneceo, y la formulación estoica frente a la adversidad.

Ambas formulas discurren a través de caminos de fondo muy similares en relación a los “placeres y virtudes” –en los que apenas cambia la denominación genérica respecto a los “necesarios”- y, también, en relación, a la “fortaleza de ánimo” y “tranquilidad de espíritu” frente a la adversidad, digamos que para “asumirla” y “catalizarla” pero no de manera nihilista o fatalista.

Para unos y otros ese es el camino y los elementos que conducen a la ataraxia, que, una vez más recordamos que no significa, en caso alguno “indiferencia” sino “imperturbabilidad”, pudiendo estar presente o no la “indiferencia” y no siendo nada recomendable su presencia en relación a la solidaridad o interés no  egótico por los demás –en ese sentido es importante recalcar el concepto budista de uppekha, su incapie no sólo en la imperturbabilidad sino también en la ecuanimidad, y su relación con las ideas de “metta” (amor bondadoso) y “mudita” (alegría altruista y/o compartida) e incluso “karuna” (compasión).

El estoicismo, finalmente, corrió mejor suerte que el epicureísmo -la idea de “placer” era vista con peores ojos que la de “virtud” por el cristianismo, y eso pese a que la “hedoné” (placer)  recomendada por Epicuro, en puridad, era harto semejante a la “virtud” estoica, pero, los Padres de la Iglesia no entraron en tales matizaciones-, Nicola Abbagnano recoge, en su “Historia de la Filosofía” las relaciones entre estoicismo, neoplatonismo y aristotelismo:

La influencia del estoicismo había sido decisiva en el último período de la filosofía griega en que las corrientes neoplatónicas hacen propias muchas de sus doctrinas, en la patrística, en la escolástica árabe y latina, en el Renacimiento. Solamente es comparable a la de Aristóteles y muchas veces se desarrolló en concomitancia con la doctrina aristotélica, sugiriendo evoluciones y correcciones que fueron incorporadas a la misma, y, a veces, han sido consideradas como partes integrantes suyas” (Abbagnano, N. “Historia de la Filosofía”, Vol. I, Editorial Hora, pág. 232)

Ataraxia y escepticismo

El escepticismo filosófico o “skepsis” -término, este último que preferimos para diferenciarlo del escepticismo académico y científico, que beben de su antiguo precedente pero no son exactamente lo mismo- declara imprescindible el dejar todo juicio en suspensión, pero, en puridad, más que la imposibilidad de emitir juicios o realizar valoraciones, lo que proclama la “skepsis” es la suspensión de todo juicio absoluto o definitivo, así, el relativismo esta relacionado con la “skepsis” dado que es la formulación de absolutos lo que, precisamente, pone en tela de juicio.

La investigación y la duda, casi permanente por definición, son las bases de la skepsis, junto a ellas hay otro concepto, instrumental, prácticamente imprescindible, que es la epoché. La formulación incial la realiza Pirrón de Elis y, en numerosas ocasiones, esta mal entendida o escasamente entendida. Pirrón lo que hace es declarar la imposibilidad de cualquier juicio o veredicto definitivo, a la hora de analizar algo o tras el análisis de algo, pero, lo que no dice...es que no se pueda enjuiciar ni analizar, el énfasis aquí está en la palabra “definitivo” y no tanto en “suspensión”. Los detractores de Pirrón (véase su biografía en Diógenes Laercio)  recogen numerosas anécdotas que lo ridiculizan, citando a los datos que recoge Laercio:

"Parece pues que Pirro filosofó nobilísimamente introduciendo cierta especie de incomprehensibilidad e irresolución en las cosas, como dice Ascanio Abderita. Decía que no hay cosa alguna honesta ni torpe , justa o injusta. Así mismo decidía acerca de todos los demás que nada hay realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay mas ni menos en una cosa que en otra. Su vida era consiguiente a esto, no rehusando nada, ni nada abrazando, si ocurrían carros , precipicios , perros y cosas semejantes; no fiando cosa alguna á los sentidos: pero de todo esto lo libraban sus amigos que le seguían , como dice Antígono Carístio. No obstante, dice Enesidemo, que Pirro filosofó según su sistema de irresolución e incertidumbre; pero que no hizo todas las cosas inconsideradamente. Vivió hasta 90 años." (Diógenes Laercio. “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, Libro IX, Tomo II, págs. 771-772, Madrid, 1792)

Pero, en puridad, la epoché es imprescindible para la “skepsis” y es racional, diríamos que altamente racional. En ese sentido hacemos nuestras las palabras de Gustavo Bueno:

Del pirronismo sólo diremos, que pone, como objetivo de la acción filosófica, la imparcialidad conseguida tras un esforzado ejercicio de detención o abstención (epoché) de todo juicio favorable o desfavorable acerca de la realidad (…). El pirronismo representaría la posibilidad de una perspectiva que, sin ser militante, habría que considerar como filosófica. Y, según ella misma, como auténtica Filosofía, porque se abstiene de juzgar, de tomar partido” (Bueno, G., “La vuelta a la caverna”, págs. 30-31, Ediciones B, Barcelona, 2005).

Ciertamente el profesor Bueno, en su última parte de la definición, pone el dedo en la llaga, a su peculiar manera y con su no menos peculiar socarronería nos dice que la “skepsis pirronista” es “según ella misma...auténtica Filosofía”, es obvio que aquí se resalta un apriorismo, un axioma que no es el de la “suspensión de juicio definitivo” sino el de un...juicio definitivo -y favorable- de la “skepsis” respecto a sí misma. Pero dejando de lado estas sutilezas -discutibles, por lo demás- que no nos hemos resistido en señalar, diremos que, para entendernos  coloquialmente la definición de pirronismo y, por, extensión de “skepsis” y de “epoché”, de Gustavo Bueno puede valer para entendernos.

Si lo que se enfatiza es la palabra “suspensión”, correctamente interpretada y no caricaturizada, resulta que esa parte del concepto “epoché” es un instrumento inapreciable para el análisis, especialmente para el análisis de formas de pensamiento ajenas al nuestro, al esquema o estructura mental de quién lo aplica -sea ésta la que sea- puesto que, esa “suspensión” que conlleva la “epoché” puede traducirse como “ver las cosas suspendido desde fuera”, es decir, buscar apartarse de la propia subjetividad para, desde ahí, introducirse en subjetividades ajenas,. Y ser capaz de observar las lógicas internas de las mismas, incluyendo sus parámetros doctrinales y dogmáticos si los tienen. Verlos, así, “desde dentro” habiendo entrado “desde fuera” y observándolos sin la menor intención de enjuiciarlos durante la observación o análisis, posteriormente sí se podrá hacer una hipótesis argumentada -una conclusión- a partir de lo observado, sucede que, lo que no será tal conclusión es definitiva, pues la  “epoché” y la “skepsis” lo impiden, pero lo que no impiden es “cerrar dejando una puerta entreabierta”. Dicho de otro modo permitirán establecer hipótesis concluyentes pero sujetas a posibilidad o probabilidad, lo que en términos jurídicos sería un “exceptis excipiendis” (exceptuando lo exceptuable).

La “skepsis” se basa, así, en la duda y en la “epoché” para abordarla -concepto que también usará Edmund Husserl en su fenomenología y, en concreto, para abordar la gnoseología-, es una duda tranquila que lleva a investigar y  preguntar y, generalmente, la respuesta obtenida a una pregunta llevará a otra pregunta, ese es el proceso básico de la “skepsis”. ¿Cómo se logra aquí la ataraxia? Pues, por la vía de la tranquilidad que supone el relativismo, tanto el de la “epoché”, como método, como el de la “skepsis”- como planteamiento. Esas dudas, esas investigaciones, esas respuestas y esas nuevas preguntas, carecen de objetivo finalista, por eso son tranquilas, apacibles y, por eso, favorecen la ataraxia, porque no sólo no afectan sino que favorecen la serenidad, la imperturbabilidad y la ecuanimidad .

Significan, también, que no hay ningún problema en combinar la “skepsis” con el epicureísmo, pero diríase que más  con el estoicismo, es famosa la frase del escéptico Carnéades (considerado fundador de la Tercera Academia o la Nueva Academia) respecto al estoico Crispo -colega suyo en una embajada en Roma- cuando dijo “Si Crispo no hubiera existido, tampoco existiría yo” (Diógenes Laercio. IV, 62). No es en  la idea de la ataraxia donde surge el conflicto entre la “skepsis” y el estoicismo, en su logro coinciden -junto al epicureísmo- sino en otros factores como las doctrinas  del destino y la providencia sostenidas -aunque en forma de abstracción- por los estoicos, dónde chocaban con la “skepsis”, que las consideraban falsas en sus presupuestos axiomáticos, que radicaban en su necesidad, contradichas por la “skepsis” por la vía del azar y la libertad humana. El último gran representante de la “skepsis” antigua es Sexto Empírico, que vuelve a ciertas raíces del pirronismo. Aunque pueda no sorprender no tendría porqué haber gran problema, necesariamente y pese a las primeras apariencias, en combinar epicureísmo y estoicismo, no obstante, ciertamente, son dos puntos de vista que, de entrada, son más concomitantes o compatibles que mezclables. Y, por otra parte, volveríamos a encontrarnos con la dificultad de compatibilizar providencia y destino, contemplados por el estoicismo, con el libre albedrío que se desprende del epicureísmo. Siendo Tito Lucrecio Caro (siglo I a.e.c.), en su obra “De rerum natura” uno de sus más entusiastas exponentes.


Jorge Romero Gil


Bibliografía

Abbagnano, N.: Historia de la Filosofía, Vol. I, Editorial Hora

Bueno, G.: La vuelta a la caverna, Ediciones B, Barcelona, 2005

Laercio, D.: Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, Madrid, 1792




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