La ataraxia es un estado de ánimo –aunque tal vez esto
segundo no sea de lo más exacto, pero, coloquialmente puede servir- alcanzado
por una persona y, a la vez, es el estado ideal buscado tanto por la Filosofía
–tanto por el epicureísmo, como para el estoicisimo y, también, para la
“skepsis” y, también, por el estoicismo- como por la Religión –el budismo, si
bien cabe preguntarse dónde comienza lo religioso en el budismo y acaba lo
filosófico, pero esa es otra cuestión, en este último campo la ataraxia se denomina
“upekkha”-en lengua pali-, pero el significado es idéntico, sea en griego sea
en pali, ataraxia o “upekkha” significan imperturbabilidad o ecuanimidad.
La ataraxia
Se denomina ataraxia (dἀταραξία)
a la "ausencia de turbación". Esta disposición de ánimo es objetivo
común en diversas ramas de la filosofía helenista –y también concomitante al
budismo-. Con diferentes matices es compartida por los epicúreos, escépticos y
estoicos.
La ataraxia se consigue a través de la disminución de
pasiones y deseos -no se trata de que estos no se produzcan sino que, sea cual
sea su intensidad, no afecten a la imperturbabilidad o ecuanimidad del sujeto,
no es, pues, no desear, por ejemplo, sino no dejarse atrapar y condicionar por
el deseo, no convertirlo en una dependencia. Ala inversa la ataraxia significa
ser capaz de mantener la imperturbabilidad de ánimo frente a lo negativo,
frente a la adversidad o tormenta.
Ataraxia, eudaimonia
y epicureísmo
Conseguido ese estado estará conseguido el equilibrio, con
el vendrá la eudaimonia (felicidad) -que solo será consecuencia del equilibrio
no lo que lo proporcione, es más, la eudaimonia puede desaparecer sin necesidad
de desaparecer el equilibrio -esto, mucho después, lo definió el filósofo
alemán Arthur Schopenhauer-. La ataraxia es, ante todo, tranquilidad, serenidad
e imperturbabilidad en relación a cualquier cosa que nos suceda, externa o
interna, la palabra que mejor la define es, sin duda, imperturbabilidad.
No debe confundirse imperturbabilidad con indiferencia, lo primero
es poder aguantar los envites de la vida, por ejemplo, con fortaleza de ánimo y
sin perturbarse, lo segundo sería algo cercano al fatalismo -si es
generalizado- al concepto ruso de "nitchevo" que significa "¿que
más da?" o "todo está bien" utilizado para definir situaciones
de indiferencia absoluta.
La indiferencia no puede ser sinónimo de imperturbabilidad,
ahora, a la inversa, es posible alcanzar la imperturbabilidad y, además, ser
indiferente hacia algo, por ejemplo, ante un deseo. Lo que no significa, a su
vez, que éste no pueda tenerse, se puede no ser indiferente al deseo o al
sufrimiento y seguir en un estado de ataraxia, el matiz está en no ser
dependiente del cumplimiento o no de esas expectativas, o del dolor de un
sufrimiento.
Si se consigue lo deseado bien, caso contrario... no sucede
nada, la ataraxia no se habrá afectado. Si el dolor se asume con fortaleza,
tampoco se verá afectada la ataraxia. Pero si cualquiera de esas situaciones
provocasen un desasosiego o una turbación- Significaría que, o bien nunca hubo
ataraxia en esa persona, o bien está se habrá acabado.
Sucede, también, que no existen estados "parciales o
intermedios de ataraxia". La ataraxia -salvando las diferencias,
naturalmente- funciona como la idea de muerte que Epicuro explica a Meneceo:
"Acostúmbrate a
pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el
mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar
privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es
nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le
añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de
inmortalidad. Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de
que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese
temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se
presente, sino porque, pensando en ella, sienten dolor: porque aquello cuya
presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El
peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras
vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la
muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de
los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido
ya."
En realidad, lo anterior, es una explicación de Epicuro de
lo que es un estado ataráxico, en este caso no centrado en como afrontar el
placer sino el temor o aún dolor -sino por algo propio por algo sucedido a un
semejante-, Epicuro describe en base a como enfrentar la idea de muerte lo que
ha de ser la imperturbabilidad y, también, unas causas concretas de la misma.
Siguiendo igualmente a Epicuro, existen dos tipos de deseos:
los naturales y necesarios, que están vinculados con la supervivencia, y los
naturales no necesarios, que no son otra cosa que deseos sociales -culturales,
políticos, artísticos, etc.-.
La satisfacción de los deseos produce placer, el placer es un
estado ajeno al sufrimiento -la idea de dukkha en el budismo, que,
literalmente, en pali, significa sufrimiento pero cabe relacionar, incluso
etimológicamente con "atadura"-. Para los epicúreos ese placer se
relaciona con la eudaimonia, que, sin ser directamente atraxia, conduce a ésta
y es manifestación de ésta, pero...no es
imprescindible para el mantenimiento de la misma.
Cuanto más sencillo sea un placer, más fácil será su
consecución, menos posibilidades de crear dependencia conllevará -recordemos que
el placer no genera por si mismo dependencia o atadura pero "puede"
hacerlo- y más posibilidades de generar eudaimonia aportará.
Pero la filosofía del Jardín -forma en la que también se
conoce al epicureísmo, por enseñar Epicuro de Samos junto a un jardín que había
adquirido- no prohíbe ni condena los placeres intensos, tan solo los considera
más susceptibles de afectar a la ataraxia o de evitar que ésta se produzca, en
ese sentido puede llamarlos "vanos", dado que pueden hacer peligrar y
alejar la ataraxia, pero eso... sigue siendo un condicional.
Si el entregarse a esos placeres no conlleva perturbación ni
intranquilidad, por "vanos" que sean, ni conducen a dolor o
sufrimiento -por no haberlos conseguido o por haberlos perdido-
pues... adelante, pero para eso cada cual debe ser capaz de conocerse a sí
mismo, cosa harto difícil, en cualquier caso el placer inicial no puede
conducir a un dolor o intranquilidad final, porque eso destruye la ataraxia -
de ahí la recomendación de las cosas sencillas.
El epicureísmo entiende que la filosofía es un camino para
obtención de la ataraxia, ya que se la considera como, "tranquilidad
espiritual", que buscará quién es sabio, distinguiendo, además, los
placeres naturales de los que no lo son, inclinándose hacia los primeros y
evitando los segundos. Pero, recordemos, que eso es, pura y simplemente...una
precaución, no un "mandamiento imperativo".
Ataraxia y estoicismo
El estoicismo también tiene por objetivo el conseguir la
ataraxia, en su caso, la vía para ello, no es el alcance de la eudaimonia a
través de los placeres sino, más bien, el conformismo, no es el
"nitchevo" o fatalismo del que antes hemos hablado, es, más bien, un
camino al estilo de lo postulado por Schopenhauer, que consiste en ponerse en
situación de "refugio", de "evitar males o problemas",
mucho más que el lograr la "felicidad". Para el estoicismo resulta
esencial el acondicionar los deseos propios a los naturales -que, curiosamente,
se entienden como racionales-, serían comparables al tipo de deseos propio de
los epicúreos: los placeres necesarios.
Solo que el estoicismo no habla de “placer” sino de
“virtud”, y postula que lo “virtuoso” es conformarse con aquello imprescindible
y necesario, lo que se entiende como “naturalmente racional”, que ese es el
medio para asegurar la “tranquilidad de espíritu” que llevará al
equilibrio conducente a la ataraxia.
En ese sentido resultan superfluas cualesquiera preocupaciones
externas, dado que son factores incontrolables y, por lo cual, no tiene sentido
inquietarse por ellos –un poco de eso hay en la ya tardía “Consolatio
Philosophae” de Boecio, obra, curiosamente, bastante poco cristiana-.
El estoicismo, como ya se ha dicho, vela también por lo que
puede llamarse “fortaleza de ánimo” para liberarse de los miedos externos pero,
también, afrontarlos o, mejor dicho, afrontar su materialización con fortaleza.
Fortaleza frente a la adversidad que no se puede controlar, frente al dolor, el
destino o la muerte.
En el fondo tanto epicureísmo como estoicismo son
formulaciones muy similares –pese a lo que suele pensarse desde su
desconocimiento- que por vías similares aunque puntualmente diferentes
–diferencias más en la definición morfológica que conceptual, digamos que el
“placer” de unos y la “virtud” de otros no coinciden a un nivel de lenguaje
objeto, tal vez no lo hagan tampoco a un nivel de “metalenguaje”, y aún aquí
cabrían dudas, pero coinciden a nivel “metametalingüístico”. Tan solo hay que
comparar la descripción de los “placeres necesarios” de Epicuro con las
virtudes del estoicismo, o, en el otro espectro, lo que dice Epicuro sobre el
temor a la muerte y al dolor, en su carta a Meneceo, y la formulación estoica
frente a la adversidad.
Ambas formulas discurren a través de caminos de fondo muy
similares en relación a los “placeres y virtudes” –en los que apenas cambia la
denominación genérica respecto a los “necesarios”- y, también, en relación, a
la “fortaleza de ánimo” y “tranquilidad de espíritu” frente a la adversidad,
digamos que para “asumirla” y “catalizarla” pero no de manera nihilista o
fatalista.
Para unos y otros ese es el camino y los elementos que
conducen a la ataraxia, que, una vez más recordamos que no significa, en caso
alguno “indiferencia” sino “imperturbabilidad”, pudiendo estar presente o no la
“indiferencia” y no siendo nada recomendable su presencia en relación a la
solidaridad o interés no egótico por los
demás –en ese sentido es importante recalcar el concepto budista de uppekha, su
incapie no sólo en la imperturbabilidad sino también en la ecuanimidad, y su
relación con las ideas de “metta” (amor bondadoso) y “mudita” (alegría
altruista y/o compartida) e incluso “karuna” (compasión).
El estoicismo, finalmente, corrió mejor suerte que el
epicureísmo -la idea de “placer” era vista con peores ojos que la de “virtud”
por el cristianismo, y eso pese a que la “hedoné” (placer) recomendada por Epicuro, en puridad, era
harto semejante a la “virtud” estoica, pero, los Padres de la Iglesia no
entraron en tales matizaciones-, Nicola Abbagnano recoge, en su “Historia de la
Filosofía” las relaciones entre estoicismo, neoplatonismo y aristotelismo:
“La influencia del
estoicismo había sido decisiva en el último período de la filosofía griega en
que las corrientes neoplatónicas hacen propias muchas de sus doctrinas, en la
patrística, en la escolástica árabe y latina, en el Renacimiento. Solamente es
comparable a la de Aristóteles y muchas veces se desarrolló en concomitancia
con la doctrina aristotélica, sugiriendo evoluciones y correcciones que fueron
incorporadas a la misma, y, a veces, han sido consideradas como partes
integrantes suyas” (Abbagnano, N. “Historia de la Filosofía”, Vol. I,
Editorial Hora, pág. 232)
Ataraxia y escepticismo
El escepticismo filosófico o “skepsis” -término, este último
que preferimos para diferenciarlo del escepticismo académico y científico, que
beben de su antiguo precedente pero no son exactamente lo mismo- declara
imprescindible el dejar todo juicio en suspensión, pero, en puridad, más que la
imposibilidad de emitir juicios o realizar valoraciones, lo que proclama la
“skepsis” es la suspensión de todo juicio absoluto o definitivo, así, el
relativismo esta relacionado con la “skepsis” dado que es la formulación de
absolutos lo que, precisamente, pone en tela de juicio.
La investigación y la duda, casi permanente por definición,
son las bases de la skepsis, junto a ellas hay otro concepto, instrumental,
prácticamente imprescindible, que es la epoché. La formulación incial la
realiza Pirrón de Elis y, en numerosas ocasiones, esta mal entendida o
escasamente entendida. Pirrón lo que hace es declarar la imposibilidad de
cualquier juicio o veredicto definitivo, a la hora de analizar algo o tras el
análisis de algo, pero, lo que no dice...es que no se pueda enjuiciar ni
analizar, el énfasis aquí está en la palabra “definitivo” y no tanto en “suspensión”.
Los detractores de Pirrón (véase su biografía en Diógenes Laercio) recogen numerosas anécdotas que lo
ridiculizan, citando a los datos que recoge Laercio:
"Parece pues que
Pirro filosofó nobilísimamente introduciendo cierta especie de incomprehensibilidad
e irresolución en las cosas, como dice Ascanio Abderita. Decía que no hay cosa
alguna honesta ni torpe , justa o injusta. Así mismo decidía acerca de todos
los demás que nada hay realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las
cosas por ley o por costumbre; y que no hay mas ni menos en una cosa que en
otra. Su vida era consiguiente a esto, no rehusando nada, ni nada abrazando, si
ocurrían carros , precipicios , perros y cosas semejantes; no fiando cosa
alguna á los sentidos: pero de todo esto lo libraban sus amigos que le seguían
, como dice Antígono Carístio. No obstante, dice Enesidemo, que Pirro filosofó
según su sistema de irresolución e incertidumbre; pero que no hizo todas las
cosas inconsideradamente. Vivió hasta 90 años." (Diógenes Laercio.
“Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, Libro IX, Tomo
II, págs. 771-772, Madrid, 1792)
Pero, en puridad, la epoché es imprescindible para la
“skepsis” y es racional, diríamos que altamente racional. En ese sentido hacemos
nuestras las palabras de Gustavo Bueno:
“Del pirronismo sólo
diremos, que pone, como objetivo de la acción filosófica, la imparcialidad
conseguida tras un esforzado ejercicio de detención o abstención (epoché) de
todo juicio favorable o desfavorable acerca de la realidad (…). El pirronismo
representaría la posibilidad de una perspectiva que, sin ser militante, habría
que considerar como filosófica. Y, según ella misma, como auténtica Filosofía,
porque se abstiene de juzgar, de tomar partido” (Bueno, G., “La vuelta a la
caverna”, págs. 30-31, Ediciones B, Barcelona, 2005).
Ciertamente el profesor Bueno, en su última parte de la
definición, pone el dedo en la llaga, a su peculiar manera y con su no menos
peculiar socarronería nos dice que la “skepsis pirronista” es “según ella
misma...auténtica Filosofía”, es obvio que aquí se resalta un apriorismo, un
axioma que no es el de la “suspensión de juicio definitivo” sino el de
un...juicio definitivo -y favorable- de la “skepsis” respecto a sí misma. Pero
dejando de lado estas sutilezas -discutibles, por lo demás- que no nos hemos
resistido en señalar, diremos que, para entendernos coloquialmente la definición de pirronismo y,
por, extensión de “skepsis” y de “epoché”, de Gustavo Bueno puede valer para
entendernos.
Si lo que se enfatiza es la palabra “suspensión”,
correctamente interpretada y no caricaturizada, resulta que esa parte del
concepto “epoché” es un instrumento inapreciable para el análisis,
especialmente para el análisis de formas de pensamiento ajenas al nuestro, al
esquema o estructura mental de quién lo aplica -sea ésta la que sea- puesto
que, esa “suspensión” que conlleva la “epoché” puede traducirse como “ver las
cosas suspendido desde fuera”, es decir, buscar apartarse de la propia
subjetividad para, desde ahí, introducirse en subjetividades ajenas,. Y ser
capaz de observar las lógicas internas de las mismas, incluyendo sus parámetros
doctrinales y dogmáticos si los tienen. Verlos, así, “desde dentro” habiendo
entrado “desde fuera” y observándolos sin la menor intención de enjuiciarlos
durante la observación o análisis, posteriormente sí se podrá hacer una
hipótesis argumentada -una conclusión- a partir de lo observado, sucede que, lo
que no será tal conclusión es definitiva, pues la “epoché” y la “skepsis” lo impiden, pero lo
que no impiden es “cerrar dejando una puerta entreabierta”. Dicho de otro modo
permitirán establecer hipótesis concluyentes pero sujetas a posibilidad o
probabilidad, lo que en términos jurídicos sería un “exceptis excipiendis” (exceptuando
lo exceptuable).
La “skepsis” se basa, así, en la duda y en la “epoché” para
abordarla -concepto que también usará Edmund Husserl en su fenomenología y, en
concreto, para abordar la gnoseología-, es una duda tranquila que lleva a
investigar y preguntar y, generalmente,
la respuesta obtenida a una pregunta llevará a otra pregunta, ese es el proceso
básico de la “skepsis”. ¿Cómo se logra aquí la ataraxia? Pues, por la vía de la
tranquilidad que supone el relativismo, tanto el de la “epoché”, como método,
como el de la “skepsis”- como planteamiento. Esas dudas, esas investigaciones,
esas respuestas y esas nuevas preguntas, carecen de objetivo finalista, por eso
son tranquilas, apacibles y, por eso, favorecen la ataraxia, porque no sólo no
afectan sino que favorecen la serenidad, la imperturbabilidad y la ecuanimidad
.
Significan, también, que no hay ningún problema en combinar
la “skepsis” con el epicureísmo, pero diríase que más con el estoicismo, es famosa la frase del
escéptico Carnéades (considerado fundador de la Tercera Academia o la Nueva
Academia) respecto al estoico Crispo -colega suyo en una embajada en Roma-
cuando dijo “Si Crispo no hubiera
existido, tampoco existiría yo” (Diógenes Laercio. IV, 62). No es en la idea de la ataraxia donde surge el
conflicto entre la “skepsis” y el estoicismo, en su logro coinciden -junto al
epicureísmo- sino en otros factores como las doctrinas del destino y la providencia sostenidas
-aunque en forma de abstracción- por los estoicos, dónde chocaban con la “skepsis”,
que las consideraban falsas en sus presupuestos axiomáticos, que radicaban en
su necesidad, contradichas por la “skepsis” por la vía del azar y la libertad
humana. El último gran representante de la “skepsis” antigua es Sexto Empírico,
que vuelve a ciertas raíces del pirronismo. Aunque pueda no sorprender no
tendría porqué haber gran problema, necesariamente y pese a las primeras
apariencias, en combinar epicureísmo y estoicismo, no obstante, ciertamente,
son dos puntos de vista que, de entrada, son más concomitantes o compatibles
que mezclables. Y, por otra parte, volveríamos a encontrarnos con la dificultad
de compatibilizar providencia y destino, contemplados por el estoicismo, con el
libre albedrío que se desprende del epicureísmo. Siendo Tito Lucrecio Caro
(siglo I a.e.c.), en su obra “De rerum natura” uno de sus más entusiastas
exponentes.
Jorge Romero Gil
Bibliografía
Abbagnano, N.: Historia
de la Filosofía, Vol. I, Editorial Hora
Bueno, G.: La vuelta a
la caverna, Ediciones B, Barcelona, 2005
Laercio, D.: Vidas,
opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, Madrid, 1792
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